martes, 7 de abril de 2009

Pedir demasiado: Las miserias del amor de un padre


Victoria de Stefano


Pedir demasiado: Las miserias del amor de un padre



Norberto José Olivar


Profesor Universidad del Zulia



Que haya una serie de síntesis moleculares que sean capaces de neutralizar las reacciones bioquímicas que transforman la materia viva en desecho, ratifica, de alguna manera, el milagro de la vida y la naturalidad de la muerte misma. Por eso, Pedir demasiado es una historia donde se logra mostrar el delicado equilibrio entra la vida y la muerte (anabolismo y catabolismo), entre la soledad y la dicha de tener a alguien, la alegría y la tristeza, el egoísmo y la entrega, en fin, entre las fuerzas que construyen el bienestar y las que procuran la destrucción o el sometimiento.


Pero la trama no es tan simple. El argumento se hace aún más complejo y yo diría que hasta sensual, al convertir una manifestación tan “pura” como se supone que es el amor de un padre, en un sentimiento oscuro y a ratos confuso. Y es en este punto donde uno, no pudiendo resistirse, se mete en los zapatos de Manuel. Es decir, ¿hasta dónde el amor y el bienestar que procuramos a nuestros hijos no es más bien una consecuencia de nuestro egoísmo, hasta dónde queremos que ellos sean felices porque en el fondo lo que deseamos, en verdad, es nuestra particular felicidad…? Es aquí donde Pedir demasiado se hace incómoda y hasta hiere, pero con delicadeza y elegancia, porque no pretende ofender, ni encender el escándalo, sino que se nos presenta como una “cordial invitación” a mirarnos en este espejo narrativo.


La novela no es la historia de Denise porque, sencillamente, no puede serlo, es la historia de su padre, Manuel, porque es la única manera de revelarnos, con claridad meridiana, la mediocridad con que el ser humano puede llegar a ejercer su paternidad.


Sin embargo, esta amalgama de sentimientos contradictorios, vida/muerte, se justifican al poner de manifiesto la condición humana y la mortalidad misma del protagonista. Al dar cuenta de su pequeñez ante el proceso avasallador de la historia. (“¿Entonces la humanidad había seguido prosperando sin ellos? Así es, papá”) El futuro se le transforma en un inesperado presente que los sorprende sin haber alcanzado los objetivos propuestos, porque la vida avanza, sin tregua, hacia el progreso, y el progreso no es otra cosa que la muerte de cada uno y el nacimiento de los otros, que también continuaran el trabajo, duro, de existir día tras día.

Finalmente, se advierte una inversión de los ánimos, en el mejor estilo quijotesco: Denise despierta con una sospechosa “alegría”, mientras Manuel se llena de desconfianza e indiferencia ante la realidad que le toca lidiar a partir de ese último amanecer al que asistimos como lectores, pero que transciende infinitamente en la acción de sus personajes al cerrar la novela, dejando una sensación circular, quizás espiral, que podría arrastrar a una nueva lectura y hasta, por qué no, recrear una nueva trama.


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