jueves, 16 de julio de 2009
Giovanni Verga - La Loba
En la aldea la llamaban La Loba porque nunca se hartaba con nada. Las mujeres hacían la señal de la cruz al verla pasar, sola, como perra roñosa, con el paso sospechoso y vagabundo de loba hambrienta. Con sus labios colorados despulpaba a sus hijos y a sus maridos en un abrir y cerrar de ojos, y se los traía al trote con una sola mirada de satanás, como si estuvieran ante el altar de Santa Agripina. Por fortuna, La Loba jamás venía a la iglesia en Pascua ni en Navidad, ni a oír misa ni a confesarse. El padre Angelito de Santa María de Jesús, un verdadero siervo de Dios, perdió su alma por ella. La pobre Mariquita, tan buena muchacha, lloraba a escondidas porque era hija de La Loba y ninguno quería casarse con ella, a pesar de tener un buen ajuar y su buena tierra soleada como cualquier otra muchacha de la aldea. Una vez La Loba se enamoró de un hermoso joven que había sido soldado y segaba el heno con ella en las tierras del notario; pero lo que se llama enamorarse, sentir que las carnes le ardían bajo el fustán del corpiño, y sentir, mirándolo a los ojos, la sed que se siente en las horas calientes de junio en el fondo de las llanuras. Pero él seguía segando tranquilamente, viendo los montes y le decía:
-¿Qué le pasa, doña Pina?
En los campos inmensos, donde sólo restellaba el vuelo de los grillos, cuando el sol caía a plomo. La Loba hacinaba montón tras montón, gavilla sobre gavilla, sin cansarse jamás, sin erguirse un solo momento, sin acercar sus labios a la garrafa a fin de no alejarse ni un instante de Nanni, que segaba y segaba, preguntándole de cuando en cuando:
-¿Qué quiere, doña Pina?
Una noche se lo dijo,mientras los hombres dormitaban en la era, cansados de la larga jornada, y los perros aullaban por el vasto campo negro:
- ¡Te quiero a ti! A ti, que eres hermoso como el sol y dulce como la miel. ¡Te quiero a ti!
-En cambio, yo quiero a su hija, que es soltera -respondió Nanni, riendo.
La Loba se llevó las manos a la cabeza, rascándose las sienes sin decir palabra, y se fue. No volvió a aparecerse en la era. Pero en octubre volvió a ver a Nanni, el mes en que se extrae el aceite, porque él trabajaba junto a su casa y el rechinar de la prensa no la dejaba dormir durante toda la noche.
-Toma el costal de aceitunas y ven conmigo -le dijo a la hija.
Nanni empujaba las aceitunas con una pala para que éstas cayeran bajo la muela, gritando‘’¡Arre!” a la mula, a fin de que no se detuviera.
-¿Quieres a mi hija Mariquita? -le preguntó doña Pina.
-¿Qué le va a dar usted a su hija Mariquita? -respondió Nanni.
-Tiene lo que le dejó su padre; además le doy mi casa. A mí me bastará con un rincón en la cocina, donde pueda tenderme en un jergón.
-De ser así, ya hablaremos de eso en Navidad -dijo Nanni.
Nanni estaba totalmente sucio y embarrado de aceite y aceitunas puestas a fermentar, y Mariquita no lo quería bajo ningún aspecto; pero su madre la agarró por los cabellos frente al fogón, y le dijo rechinando los dientes:
-¡O te casas con él o te mato!
La Loba estaba casi enferma, y la gente andaba diciendo que cuando el diablo envejece se vuelve ermitaño.Ya no andaba en todas partes, ya no se paraba bajo el umbral de su casa, con aquellos ojos de endemoniada. Cuando lo miraba cara a cara, su yerno se echaba a reír y sacaba el trajecito de la Virgen y se santiguaba. Mariquita se quedaba en la casa amamantando a los hijos, y su madre se iba al campo a trabajar con los hombres, como cualquier hombre, a escardar, a escarbar, a arrear las bestias, a podar las parras, aunque soplara el cierzo en enero o el siroco en agosto, cuando los mulos andaban con la cabeza gacha y los hombres dormían de bruces al abrigo de los muros. En las horas que van de la víspera a la nona, en las cuales ninguna mujer es buena, La Loba era la única alma que se veía vagar por el campo, sobre los guijarros ardientes en los senderos, entre los rastrojos requemados en la inmensa llanura que se perdía en el bochorno, lejos, lejos, hacia el Etna caliginoso, donde el cielo se apesantaba en el horizonte.
-¡Despierta!- le dijo La Loba a Nanni, que dormía en una zanja, junto a un matorral polvoriento, con la cabeza entre los brazos-. Despiértate, que te traigo vino para que te refresques la garganta.
-¡No! ¡No hay mujer buena entre las víspera y la nona! – sollozaba Nanni, hundiendo la cabeza entre las hierbas secas de la zanja, mesándose los cabellos -.
¡Váyase, váyase! ¡No vuelva nunca a la era!
Y La Loba se marchaba, amarrándose las trenzas soberbias,mirando fijamente el sendero y el rastrojo caliente, con sus ojos negros como el carbón. Pero La Loba volvió a la era muchas veces, y Nanni ya nada le dijo. Más aún, cuando tardaba en llegar, en las horas que van entre vísperas y nona, él iba a esperarla en lo más alto de la vereda blanca y desierta, con la frente bañada en sudor; y después volvía a mesarse los cabellos y a gritarle de nuevo:
-¡Váyase, váyase! ¡No vuelva más a la era!
Mariquita lloraba día y noche, y se le quedaba mirando a la madre con los ojos quemados por el llanto y los celos, como una lobezna, cuando la veía regresar del campo, pálida y muda.
-¡Malvada!-le decía-. ¡Madre malvada!
-¡Cállate!
-¡Ladrona! ¡Ladrona!
-¡Cállate!
-¡Voy a ir a la policía! ¡Voy a ir!
-¡Pues ve!
Y fue de verdad, cargando a los hijos, sin miedo alguno y sin derramar una lágrima, como una loca, porque ahora ella también amaba al marido que le dieron a la fuerza, sucio y embarrado de aceitunas puestas a fermentar.
El sargento mandó llamar a Nanni; lo amenazó con mandarlo a la cárcel y luego a la horca. Nanni solamente se arrancaba los cabellos y sollozaba.
No negó nada; pero tampoco intentó disculparse.
-¡Es la tentación! – decía -. ¡Es la tentación del infierno!
Se arrojó a los pies del sargento, rogándole que lo mandara a la cárcel.
-¡Por caridad, señor sargento, líbreme de este infierno! ¡Ordene que me maten o que me manden a prisión! ¡No me deje volver a verla nunca! ¡Nunca!
-¡No! -respondió La Loba-. No tengo más que un rincón en la cocina para dormir. ¡Y la casa es mía! ¡Yo no me voy!
Poco después, una mula pateó a Nanni en el pecho, y estuvo moribundo; pero el párroco no quiso llevarle los santos óleos si La Loba no salía de la casa. La Loba se fue, y su yerno pudo prepararse entonces para irse también, como buen cristiano; se confesó y comulgó dando tantas muestras de contrición y arrepentimiento que todos los vecinos y curiosos lloraban frente a la cama del moribundo. Y más le hubiera valido morir ese mismo día, antes de que el diablo volviera a tentarlo y a clavársele en el alma y en el cuerpo cuando sanó.
-¡Déjeme en paz ! le decía a La Loba! -. ¡Por caridad déjeme en paz! ¡Ya he visto a la muerte con mis propios ojos! La pobre Mariquita está desesperada.
¡Ahora todo el pueblo lo sabe! Dejar de verla es mejor para usted y para mí…
Y hubiera querido arrancarse los ojos para no ver los de La Loba, que cuando se clavaban en los suyos lo hacían sentir que perdía el alma y el cuerpo.Ya no sabía qué hacer para zafarse del hechizo. Mandó decir misas a las almas del Purgatorio, fue a pedir ayuda al párroco y al sargento. En Pascua fue a confesarse, lamiendo seis palos del atrio, delante de todos, como penitencia. Después, dado que La Loba continuaba incitándolo, le dijo:
-¡Óigame bien! ¡No se le ocurra venir a buscarme a la era! Porque si vuelve a buscarme, como hay un Dios en los cielos, ¡la mato!
-Mátame – respondió La Loba, no me importa. Pero sin ti no quiero estar.
Cuando volvió a divisarla, a lo lejos, en medio del sembradío verde, dejó de escardar la viña y fue por el hacha que estaba clavada en un olmo. La Loba lo
vio venir, pálido y trastornado, con el hacha que relumbraba con el sol; pero no se detuvo, ni bajó los ojos, siguió caminando a su encuentro, llevando entre sus manos un manojo de amapolas rojas y comiéndoselo con la mirada de sus ojos negros.
-¡Ay! ¡Maldita sea su alma !-murmuró Nanni.
sábado, 16 de mayo de 2009
El libro de los muertos
En un principio estos hechizos eran labrados en las tumbas de faraones y personas de clase alta, pero luego en la época del Imperio Medio fueron asequibles a todo aquél que pudiera pagar un rito fúnebre, para ello se los grababa dentro de los sarcófagos con el fin de que los muertos los pudieran leer.
Durante el período del Imperio Nuevo, los “Textos de los sarcófagos” se transformaron en el Libro de los Muertos.
Estas redacciones fueron creadas para ayudar a los difuntos en el paso hacia el otro lado y salir airosos del juicio de Osiris. El libro además contiene pasajes que auxilian a los muertos a reconocer los dioses que serían benefactores para su transición, para que puedan encontrar el rumbo en el camino de las 12 Regiones de la Duat, (el inframundo de la mitología egipcia ) y poder llegar al fin al Aaru.
Para los egipcios en el corazón se centraba la vida por ello 4 hechizos en el libro se especializan en la protección de este órgano, el sortilegio 23 “Apertura de la Boca” pretende ayudar a recobrar los sentidos del difunto para su vida después de la muerte.
Estos textos mortuorios han tenido 3 exámenes críticos a lo largo de los siglos:
- La primera fue la Recensión Heliopolitana donde sacerdotes de Heliópolis editaron los textos, fue empleada entre la V y la XII Dinastías. Es puramente solar ya que suscita la teología del dios Ra, fue hallada en sarcófagos, estelas, papiros y tumbas.
- La segunda corresponde a la Recensión de Tebas, los escritos fueron usados entre la XVIII y la XXII Dinastías, se la realizó en forma de jeroglíficos sobre papiros y se divide en 6 capítulos.
- Y por último la Recensión Saite donde se organizó el libro en capítulos ordenados, se la usó desde la XXVI Dinastía hasta el final de la época Tolemaica.
Papiro de Ani
En la actualidad se han descubierto 192 capítulos pertenecientes al Libro de los Muertos, de los cuales el más renombrado es el nº 125, el Papiro de Ani donde se redacta la “Fórmula para entrar en la sala de las dos Maat”, sitio donde el alma del muerto se presenta ante el tribunal de Osiris para que su corazón sea pesado.
Maat era la diosa que gobernaba las leyes físicas, el orden del universo y la verdad, ella disponía de una pluma de avestruz la cual disponía en uno de los platillos de la balanza donde se pesaba el corazón del difunto, si éste era más ligero que la pluma se le concedería la vida eterna en los campos de Aaru.
Es uno de los capítulos más extensos y complejos, destaca las “Confesiones negativas” que el muerto declaraba ante los dioses para justificar sus acciones en vida, detalle que marca fehacientemente la importancia que la moral tenía para el pueblo egipcio.
Aquí en mi cuerpo y otros poemas
Aquí en mi cuerpo
acabó de pasar el mediodía
y por mi piel respira un agua
atardecida.
Los labios están secos,
guardo en la lengua
los aromas.
Si acaso pusieras
tu mano
entre mis muslos,
sabrías que estás vivo.
Saborearías mi sal.
Haríamos un pozo
en el tiempo,
y dejaríamos que el sol
nos madurara.
AQUÍ PASA EL SILENCIO VAGABUNDO...
Aquí pasa el silencio vagabundo.
Aquí cae la lluvia de la tarde,
y humedece los ojos de cristal.
Es la ciudad mi cárcel.
Y eres tú mi verdugo.
En tus brazos de fieltro
me someto al suplicio
de tus besos de hielo.
Repites los gestos conocidos
y penetras mi cuerpo somnoliento.
No tengo alma que vuele, cante
o gima.
Para el amor he muerto.
AQUÍ SENTADA ASÍ...
Aquí sentada así
compartiendo tu mesa.
Bebemos vino frío
y pelamos nuestras pieles
como frutas
aturdidas de sol.
Salgamos a la calle.
Digámosle a la gente
que tú y yo
habitamos el limpio
territorio del amor.
Cantemos esa suave
canción de la ternura
mientras enciendes
el motor de la rutina.
CREO QUE POR FIN TE HE DESPEDIDO...
Creo que por fin
te he despedido.
Porque logré
que dé lo mismo
que estés aquí
o allá.
De todos modos
estás lejos.
DESPUÉS DEL AMOR...
Después del amor
vino el silencio
grité toda mi voz.
Morimos juntos
muchas noches.
Incendiamos
recuerdos - voces.
Arañamos las
caricias ajenas.
Nos desnudamos
de otros.
Quedamos
frente a frente
en silencio
para siempre.
ECHO RAÍCES EN TI...
Echo raíces en ti,
vegetalmente hambrienta
de tu tierra húmeda
y negra.
ENREDADOS LOS CUERPOS...
Enredados los cuerpos
en el agua del amor
gimiendo sudorosos.
Latigazos de sangre
alucinados.
Me abres de par en par,
nos penetramos.
El deseo con sus brazos de sed
navega ahogando las fronteras,
rompiéndolas.
Más allá de nosotros el sol
amor, el sol
que es carne viva.
ESTOY ENFERMA DE TI...
Estoy enferma de ti,
maltrecha adolorida.
Otros brazos me buscan
y no puedo abrazarlos.
Me besan y no puedo
responder con mis labios.
Ando desintegrada,
dispersa por el mundo.
Y solo hay un momento
en que me encuentro:
Cuando los dos
jugamos a ser uno.
Cuando te siento
indefenso
en mis brazos,
y pierdes la conciencia
de que nos separamos.
FUI LUZ, FUI ROCA...
Fui luz, fui roca
ensangrentada
contra tus locas aguas.
Fui el aire
y las cosas cercanas.
De madera y de pan
para tus dedos insondables.
De aguda claridad
para tus ojos.
Fui todos los cuerpos
que besaste
a través de los siglos.
La piel de la memoria,
la estrella de tus sexos.
Fuimos los dos
la vida dividida
pero no separada.
Somos ahora
compañeros de viaje
y seguiremos siempre
en el polvo del tiempo.
Agua. Luna. Silencio.
HUELLA DEJADA...
Huella dejada
por el aire
en las arenas
de un planeta
que eché a rodar.
Trompo feliz.
Hoy se detuvo.
ME LEVANTO DEL AGUA DE LA NOCHE...
Me levanto del agua de la noche
deseosa de ti.
Despedazada.
ME OCUPO INÚTILMENTE DE MI VIDA...
Me ocupo inútilmente
de mi vida
mientras espero que
despiertes.
Estuviste a punto de
romper el cristal
que nos separa
y por fin encontrarnos.
Sólo viste tu imagen
reflejada.
No miraste al través.
Del otro lado estaba yo,
llamándote.
Llegaste a mí
sin darte cuenta.
Por una puerta entraste,
que no me conocía,
y te quedaste aquí,
sin saberlo.
Ahora te veo caminar
por la ciudad,
dueño de ti, sin anclas,
y me sonrío,
porque ese tú que anda
por ahí,
es el que está soñando.
Y aquí dentro de mí
te sueña el verdadero.
MITAD PEZ. MITAD VIENTO
"Hay hombres
mitad pez
mitad viento"...
Pablo Neruda
Mitad pez. Mitad viento
soy.
Agua vital,
que quiere ser bebida
sin agotarse nunca.
Agua que busca
humedecer las verdes
soledades ajenas.
Lava roja,
súbitamente gris
al contacto del aire
doloroso.
NO ES VERDAD...
No es verdad
que tú cuentas
conmigo,
ni con nadie.
Sólo cuentas
contigo
y tu mentira.
Entraste en el túnel
de ti mismo,
volcándote
en los otros.
Cuando te puse
enfrente del espejo
te encegueciste más,
y me dejaste
a la orilla de ti,
sin brazos para hallarte.
NO PODRÍA OBLIGARTE...
No podría obligarte
a no seguir tu sino.
Eso sería negarte
todo lo que de carne eres
y que somos.
Vete ya a acariciar
largos cuerpos,
distintos a este mío,
desde el cual te diviso,
viviéndome de adentro.
Tú vives desde afuera.
Con sólo ser tocado
ya existes.
Yo necesito más.
Quiero manos de amor,
sabias manos que
atraviesen la piel
de que estoy hecha,
y conozcan
la pura consistencia
de mi barro.
NO TE GUSTÓ ENCONTRARME...
No te gustó encontrarme
por la calle sonriente,
que tomara un café
sin nostalgia de ti,
al lado de tu mesa.
Que ya no te dijera
que hacías parte de mí.
No te gustó saber
que sigo viva,
que me río con ganas,
que disfruto las cosas
cotidianas
sin esperarte ni
desesperarme,
que construyo mi vida
libremente.
No te gustó saber
que no me tienes.
La vanidad ha sido tu enemiga,
ella tiene la culpa
de que no compartamos
ni siquiera
una charla.
NO VINISTE DE LEJOS
Viniste de tan hondo
que conozco tu nombre,
conozco tu dolor,
reconozco tu alma.
No viniste de lejos,
ni siquiera has llegado.
Estabas desde siempre,
como un lenguaje escrito
en el fondo de mí,
y te estoy descifrando.
ÓYEME ASÍ, COMO AL DESCUIDO...
Óyeme así, como al descuido.
No te des mucha cuenta.
Quiero contarte que te quiero,
sin decírtelo nunca.
Quiero besarte suavemente,
como te besa el agua
de la lluvia.
Así, muy quedamente,
sin que escuches siquiera
su gemido.
Quiero que me ames
a pesar de ti mismo.
Que me ames lentamente
y enciendas todo el fuego
que arde en mí para ti,
definitivo.
POR PRIMERA VEZ...
Por primera vez
he pintado mis labios.
Les quité su sabor y su forma.
Porque quiero que rían,
disfrazados de fiesta.
Que brillen por las calles,
y me lleven de paseo
a donde no conozco.
A donde no me atrevo
a besar
con mi boca desnuda.
QUÉ EXTRAÑA MANERA DE QUERERTE...
Qué extraña manera de quererte.
Así de pronto me encuentro
amándote de adentro
como si alguna raíz,
la más profunda,
hubiera hecho contacto
con la más honda tuya
y se anudaran hundiéndose
más y más en la tierra,
buscando el agua profundísima
de un amor singular, que no
pregunta,
que sabe todo. Hasta lo que tú y yo
ignoramos.
REGRESO A MI CUERPO...
Regreso a mi cuerpo
después de un largo
viaje a ti.
Te vi dormido
frente al mar,
fatigado de amor
sobre mi pecho.
Respirabas ahí,
abandonado,
como si en mí
hubieras anclado.
Quise dormir también
para soñar tu sueño
que casi lo veía
surgir de tu cabeza.
Cerré los ojos.
Fue en el tiempo
el momento
en que más te amé.
Después los sueños
propios me llevaron
muy lejos.
En uno de ellos,
te perdí.
TE ESPERARÉ
Te esperaré del lado del silencio.
Entre las sombras de las lentas horas.
Te esperaré en el fondo de mis sueños
allí donde comienzan nuestras cosas.
En ese después del tiempo
donde podemos ser nosotros.
Desnudos, al fin, para los besos
más profundos y locos. Para la piel.
Te esperaré en la espuma del mar
interminable. Tú tocarás el aire
con mi cuerpo. Siempre vas a cantar
sabiendo que te espero.
II
Voy a morir contigo cualquier tarde.
Después de ti no quiero a nadie.
Todo el deseo del mundo claudica
entre tus brazos. No hay más allá de ti,
es el amor que nunca se reparte.
Llegaste a ser mi pasión única.
No somos una ilusión cobarde,
si tú no luchas, no lucharé tampoco.
Aceptaré que el tiempo te arranque
de mi lado y moriré esta tarde.
TELA RAÍDA DEL AMOR...
Tela raída del amor.
Tú y yo la destejemos.
Tiras de un hilo:
Vas deshaciendo
la forma que le dimos.
Impasible, te asisto
en la tarea
de hacer de mí un recuerdo.
TODAVÍA TU SOMBRA LLEGA...
Todavía tu sombra llega
y me invade la casa.
Conversa con las cosas.
Extrañamente tuya
esa presencia muda.
Como si tú quisieras
amarme sin saberlo.
Como si un otro tuyo
se saliera de ti
para buscarme.
TU CUERPO
Cuando beso tu cuerpo
siento latir el corazón
profundo de la vida.
Te recorro despacio
reviviéndome.
Hay hallazgos sutiles,
hay derrotas.
El extenso placer,
la abierta lucidez,
la dicha de tenerte.
TÚ ERAS EL DESIERTO...
Tú eras el desierto...
Anduve tus caminos,
sedienta, solitaria.
Casi que muero un día
buscando encontrar agua
en ti. Siquiera gotas.
No encontré sino sed.
Bebí arena seca.
Horas de sol y sal.
No quiero recordarlas.
VINCENT VAN GOGH BENDICE TU LOCURA...
Vincent Van Gogh
bendice tu locura.
Derramaba pintura
y pasión con furor.
Tú dabas alaridos
azules y naranjas.
Emborrachaste
el aire provinciano.
Inyectaste en el trigo
movimientos
de color amarillo.
Llegaste a darle
a Dios
el cielo tuyo
agitado y oscuro,
y te quedaste
sentado en el taburete
del rincón
de tu cuarto,
iluminado.
Renata Durán ......
lunes, 11 de mayo de 2009
Julio Cortázar - Después De Las Fiestas
Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,
eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.
Julia Prilutzky Farny - Soneto X
Quiero un amor de todos los instantes
aunque no sea amor para la vida;
quiero un amor con la ansiedad del antes
para después del ansia desmedida.
Quiero la fe de todos los amantes
en este solo amor, ver contenida:
tumulto de horizontes trashumantes
y luego, claridad de agua dormida.
Quiero un amor transfigurado en fuente
de todo florecer: fruto y simiente;
a tal único amor, mi amor sentencio:
aquel de la impaciencia y el latido
y la fiebre y el grito y el gemido
y el difícil momento del silencio.
Mujeres en la Historia- Juana La Beltraneja
Si existe el destino, la princesa Juana, hija del rey Enrique IV, nació marcada por la desgracia. Si se forja día a día sus amigos y enemigos se encargaron de convertirla en una víctima que la Historia olvidó. ¿Quien era la legítima reina de Castilla? ¿Juana o su tía Isabel la Católica?.
Un día en El Bulli - La 2 . Documentales
El funcionamiento diario de un restaurante como El Bulli requiere de una organización extrema, de otro modo sería imposible servir cada día más de 1500 platos, hacer funcionar a 50 cocineros y 30 personas de servicio de sala que servirán tan sólo a cincuenta comensales.
Marianne
ESPRONCEDA - LA CANCION DEL PIRATA
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar ríela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.
"Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
Que es mi barco, etc.
A la voz de -¡barco viene!
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo escapar.
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas
yo divido
lo cogido
por igual.
Sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Que es mi barco, etc.
Sentenciado estoy a muerte.
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo
sacudí.
Que es mi barco, etc.
Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar".
Nicolás Guillén - PIEDRA DE HORNO
La tarde abandonada gime
deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos
y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras calcinadas.
Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
tus pies de lento azúcar
quemados por la danza,
y tus muslos, tenazas del espasmo,
y tu boca, sustancia comestible,
y tu cintura de abierto caramelo.
Llegan tus brazos de oro,
tus dientes sanguinarios;
de pronto entran tus ojos traicionados;
tu piel tendida, preparada
para la siesta:
Tu olor a selva repentina;
tu garganta gritando -no sé, me lo imagino-,
gimiendo -no sé, me lo figuro-,
quejándose -no sé, supongo, creo-
tu garganta profunda
retorciendo palabras prohibidas.
Un río de promesas baja de tus cabellos,
se demora en tus senos,
cuaja al fin en un charco
de melaza en tu vientre,
viola tu carne firme de nocturno secreto.
Carbón ardiente y piedra de horno
en esta tarde fría de lluvia y de silencio.
BOCETO - FERNANDO ROSAS
Mis labios deslizándose pausadamente desde tu cuello
hasta tus pechos fuertes, esperando que tu respiración
se acelere y me de la señal para seguir en el descenso
mientras aprieto tus muslos, colocándolos sobre mis hombros.
Luego sujetaré tus brazos con mis manos y el único
movimiento que permitiré será el estremecimiento de tu pelvis
mientras mi lengua juguetea incansable empujando
a que tu flor se abra, con mordiscos no muy suaves
en el umbral de la locura.
Seguirá, mi mano izquierda ayudando con caricias
a tus ya pétreos pezones sin dejar de lado el fabricar
un vacío con mis labios y mi lengua puntuda en compañía
de mi dedo medio inmiscuyéndose - aún siendo invitada -
en tus más olvidados rincones.
Y anhelo llenarte de placer hasta el punto del éxtasis
con tus piernas apretando mi cabeza y empujándola
aún más dentro hasta que mi rostro quede lleno de tu miel,
pues quiero que me dejes regocijarme en tu sabor y con tu aroma,
que desde ya supongo divino.
¿El lugar? Puede ser la mitad de una calle, la arena de Cuba
en medio de un baile o tu dormitorio.
¿La hora? Sería encantador de frente al amanecer,
mientras el sol nos hace cobre la piel al mediodía,
o en una noche en la que el frío reclame los gemidos de los amantes.
¿La posición? Preferiblemente yo de rodillas y tú de pie,
a riesgo de ser descubiertos.
¿La razón? Cualquiera, mientras el principio sea el amor.
domingo, 10 de mayo de 2009
El Juicio de las Brujas de Salem
Massachuset, siglo XVIII; una esclava llamada Tituba es vendida a la familia Parris, siendo una de sus funciones, cuidar a la hija, Elisabeth y su prima Abigail. Como son niñas muy inquietas Tituba las entretienen con historias de miedo y pequeños trucos. Poco a poco la actidud de las niñas empieza a cambiar, llantos incomprensibles, bocas paralizadas, etc.
Todo esto es suficiente para crear un escándalo de brujería en una sociedad puritana como era el pueblo de Salem. A partir de este momento se empieza una una gran cacería donde las arrestados son; personas sin recursos, libertinas y personas que a ojos de la sociedad no son normales. Se empiezan a celebrar juicios con argumentos incoherentes como ” El diablo usa a los malos para dañar a los buenos y para defender a sus agentes creaba espectros de ellos, de modo que mientras los malos atacaban, se veían sus imágenes en otras partes efectuando labores inocentes“. Por lo tanto los veredictos distaban mucho de ser imparciales.
En siete meses fueron condenados 7 hombres, 13 mujeres, se arrestaron a 200 personas y 200 más ya habían sido acusadas. Tituba se declaró bruja y se salvó, pero los que no se declararon herejes fueron ejecutados, no quemados como normalmente se cree, sino ahorcados o apedreados.
Dieciocho meses después de esta horrible cacería, que no sólo se produjo en Salem sino que se extendió al resto del mundo, el gobernador perdonó a los sospechosos y exoneró a los muertos.
Por lo tanto todo esto pasó por no creer que las brujas eran simplemente personas sabias, conocedoras y amantes de la madre naturaleza y no confiar en su enorme poder, cuyo único fin era ayudar a los demás.
Esta mañana
Todavía sin plan, todavía desordenado y hosco, aparta la sábana con un ademán lento y se sienta en la cama, los pies apoyados sobre el piso desnudo, lejos de la alfombra. Es el momento oportuno para acercar los zapatos, los arqueados zapatos negros. Pero no acaba de decidirse. Mientras el frío de las baldosas va piernas arriba, caderas arriba, hasta lamer el vaho tibio de la cama, que aún perdura en su espalda, en su pecho, en sus hombros, conserva todavía en la cabeza -no tanto en la memoria- el sonido y el olor de anteayer, el olor y el sonido de la figura aborrecida y admirada, del hombre alto, calvo y afeitado, con el enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. Aborrecido y admirado, no. Ni aborrecer ni admirar. Más bien sentir en la conciencia... menos que eso, en la boca, en las manos, en los ojos, la justificación del propio pudor, el asco indiferente hacia el hombre alto.
Quién sabe hasta dónde puede, podría obstinarse el pudor. Subsiste, pese al retroceso de los pensamientos, pese al estancamiento o la deformación de la vergüenza. El pudor tira hacia sí, porque es una especie de raíz de la raíz. Acaso, finalmente, el único camino hacia el altruismo.
Uno toma los calcetines de la víspera -pasos, umbrales, escalones-, uno toma los calcetines e introduce en cada uno de ellos el pie frío, violáceo de varices pequeñas, endurecido. Si comienza a vestirse es porque ha resuelto esquivar el baño matinal, por un inexplicable temor supersticioso a quedarse limpio de todo lo maquinado hasta ayer. Quedarse limpio, ¿por qué?, ¿de qué? Uno no tiene mayormente dudas sobre el fondo, sobre el origen, sobre el color moral del asunto. Las dudas -no vacilaciones: uno puede vacilar en dudar o lanzarse de lleno a la duda-, las dudas sólo son acerca del procedimiento, de detalles del procedimiento.
Sentirse vestido es, en cierto modo, acabar de despertarse. Ayuda a ayudarse, a desalojar la inseguridad, a ser. Uno se siente vestido y se halla listo para gobernar la mirada, para encerrarse en uno o para salir de uno, para agonizar irremediablemente o para estallar en la rutina. Percibe cómo la sangre reconoce su mundo y corre y vive. Y uno se siente vivir al ritmo de la sangre: aunque parezca mentira, uno se siente vivir al ritmo de la propia sangre. Aunque parezca mentira, la sangre también conserva el sonido y el olor de anteayer, cuando el hombre alto, calvo y afeitado que se llama Gálvez irrumpió en la sala de escritorios verdes y metálicos (todos estaban comentando el último partido y la original y atrevida tesis de Menéndez acerca del sistema M-W se basaba enteramente en la sabiduría de un comentarista de radio) y nadie supo que estaba allí, a tal punto que Silva le rozó el vientre enorme y desafiante al intentar reproducir la ejecución de un córner. Pero él quiso apoyarse, él, Gálvez, quiso apoyarse, antes de hablar, en un poco de desprecio, y para ello sonrió. Y estuvo bien, porque los otros oyeron la sonrisa y entendieron que debían sentarse cada uno detrás de su escritorio verde. Jorge le vio mover las cejas, que Gálvez movió porque Jorge lo miraba. Y cuando dijo «Ayolas», Jorge no dijo nada y los demás miraron y nada más. Era algo inexplicable, porque los otros pensaban: «Éste es Jorge Ayolas y no dice nada. » Y entonces Gálvez se irguió de veras y el vientre grande se estiró un poco al aumentar la distancia entre los muslos y las costillas. Y preguntó: «¿Por qué no vino ayer?» pero más bien preguntaba: «¿Usted se ha dado cuenta?», aunque en rigor él dijo lo otro y casi todos entendieron lo otro. Jorge sí podía entender, porque conocía al hombre alto, calvo y afeitado, y cuando estaba con él en el despacho, se olvidaba a veces de Jorge y actuaba y hablaba y pensaba como si Jorge no estuviera a sus espaldas, escribiendo o simplemente mirando la máquina.
Como ahora mira la taza blanca. Desde que desayuna con té-con-leche, siente el placer fácil de contemplar la taza blanca, rodeada de platillos con manteca, queso, dulce, pan tostado. Es un momento de intimidad, de soledad provechosa y desnuda. Se trata de algo simplemente creador, esto de acomodar la manteca en la rebanada, esto de dejar penetrar lentamente en el líquido los terrones de azúcar que sostiene la cucharilla. Ahora, con la taza a la altura de la boca y a través de su aureola humeante, puede verse la ventana de cielo, puede verse la ventana de nubes. Uno tiene en las manos el color de su día: rutina o estallido. Mas, para empezar, uno tiene en las manos el olor y el sonido de anteayer, cuando el hombre alto, calvo y afeitado preguntó: «¿Por qué no vino ayer?» Nada había para responder. Porque Gálvez se dirigía a Jorge Ayolas y --claro-- había olvidado que cuando entró en la sala ellos comentaban el último partido. Jorge entonces hizo eso. Se levantó y pasó frente a Gálvez sin decirle nada y salió hacia el despacho. Allí estaban los dos correveidiles: uno contador y otro periodista. Teclas importantes del teclado de Gálvez. Sabían conseguir. El contador conseguía mujeres. El periodista conseguía noticias. Solían desmedrarse con un odio recíproco y Gálvez extraía de la callada competencia un beneficio al margen: que a veces el contador consiguiera noticias, que a veces el periodista consiguiera mujeres. Cuando Gálvez regresó al despacho, los saludó --contra su costumbre- por encima del hombro. Ambos sintieron, cada uno a su modo, tímida nostalgia por la amistosa palmadita de siempre, por el alegre «¿Cómo va eso?», por el interesado «¿Qué novedades?» con que el jefe indicaba que podían comenzar. Se abstuvieron. Algo lamentable, porque el contador sabía de una rubia de órdago, probablemente de no imposible acceso, y para mayores garantías, casada. Algo lamentable, porque el periodista traía la buena nueva de que el Ministro aceptaba la modificación del artículo tercero, exigiendo solamente la participación de un inesperadamente módico treinta-por-ciento de los beneficios que el cambio proporcionaría a Gálvez. El periodista pensaba que el Ministro hacía mal en pedir ahora un porcentaje tan por debajo del tácito arancel, pero la verdad era que el Ministro «no quería comprometerse demasiado».
Ahora que Jorge va en ómnibus, por la Avenida, el espectáculo lo distrae de nuevo, mejor dicho, lo trae de su distracción. En la plataforma, la gente arracimada grita, bromea, maldice. Más adentro, Jorge hunde irremediablemente su nariz en la plétora de unos senos horizontales. Delante suyo. Jorge ve una cruz. Es la cruz que teóricamente debería colgar del pescuezo de la señora y que prácticamente se apoya en la meseta de carne hundible, de carne de sudor y agua colonia. Cuando en la Plaza Independencia bajen veinticinco o treinta pasajeros, acaso quede entonces espacio suficiente como para mover un poco la cabeza, a tiempo todavía para ver al guarda eructando provechosamente sobre la calvicie total de un viejo breve y deslomado. Mientras tanto (todavía está en Dieciocho y Paraguay) uno puede probar a apartarse de la obsesión de esta cruz que no es la de Cristo. La de Cristo estaba erguida y acusaba al cielo. La de la señora está echada y apunta al húmedo gaznate. Uno puede probar a apartar la atención de la cruz obsesionante, uno puede probar a rehallar el sonido y el olor de anteayer bajo las capas actuales del freno chirriante, del olor a sudoraguacolonia. Uno puede probar y ver a Gálvez revisando las cuentas, aparentemente revisando las cuentas y realmente pensando en que Jorge Ayolas está a sus espaldas, en que Jorge Ayolas sabe que él pasó dos noches con Celeste, que el periodista le consiguió a Celeste, que él pasó dos noches con Celeste, que el periodista le mintió a Celeste, dos noches con Celeste... Probar y ver a Gálvez levantándose y abriendo un cajoncito lateral que siempre está con doble llave y dejarlo esta vez un poco abierto y ver asomar por la rendija una culata de revólver y una novela de Pitigrilli. Probar y ver a Gálvez extrayendo del cajón un frasco con pastillas y luego cerrarlo sin pasar la llave. (Dos noches con Celeste.) Gálvez era amable, tibio, campechano (frío, egoísta, indiferente). Sabía serio (no lo sabía). Pero esta vez estaba tieso; sincera, inevitablemente tieso. Jorge podía mirarle la nuca, la nuca desnuda y sin coraje (... sin pasar la llave ... ), no sabía qué miedo trémulo sobre los hombros, qué antigua incertidumbre en las manos junto a aquel expediente que nadie lee. (Dos noches con Celeste.)
Ahora Jorge camina por Sarandí. «Soy otro», dice. Y lo es. El hombre que le precede, el hombre de gacho verde y traje gris, el hombre y él tienen algo para oír en común. Un chico que habla detrás de ellos. La voz del chico parece la de un grande que imita a un chico. Naturalmente, inhábil. Naturalmente, tonto. «Soy otro», dice. Y lo es (... sin pasar la llave ... ), La muchacha de adelante tiene piernas bonitas, bien torneadas, algo de timidez en las caderas. Tiene su propia dignidad. Uno puede pensar a capricho, puede formularse alguna invitación, puede hacer lo corriente. Pero esta mujer joven tiene su propia dignidad. Uno debe limitarse a mirar el pelo casi suelto rozándole la espalda, es decir, rozándole el saquito celeste, el saquito de lana celeste. Celeste. Celeste tiene mejores piernas, Celeste no tiene caderas tímidas. Uno no sabe si Celeste tiene su propia dignidad. La simpatía es, naturalmente, otra cosa. Uno se siente a gusto en la simpatía. Pero, naturalmente, es otra cosa. (Dos noches con Celeste.) Uno tiene que decidir. La dignidad pesa. La simpatía también pesa. Uno tiene que saber lo que hace «... y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla». Eso decía el libro de Morgan. De todas maneras, Celeste era algo. A veces, por la tarde, Jorge salía con ella, y hablaban. Alguna vez, la llevaba a la confitería y hablaban. Él no podía confiarse ni confiar. Tenía fe sin embargo en lo que ella no decía, en lo que ella ocultaba pensando que debía tener vergüenza y mientras pronunciaba correctas tonterías, impúdicamente correctas tonterías. Jorge tenía fe en su sinceridad -la de Celeste-, había apostado a favor de esa sinceridad débil y embrionario, contra la hipocresía robusta y evidente. Claro que si ella era hipócrita, la hipocresía era su sinceridad. No obstante, él creía creer que la sinceridad era su sinceridad.
El reloj de la Matriz da las nueve. Jorge dice: «Soy otro.» Y lo es. Hay algo manso y a la vez definido en su ser de ahora. (Dos noches con Celeste.) Había esperado moldearla de nuevo, mejor aún, poner su contenido en otro molde. Los elementos eran buenos, eran queridos, podían ser amados. Sólo faltaba hallar otra combinación. Una combinación que no fatigara al pudor. Al pudor de Jorge, dato. Tal vez por eso no la había besado nunca. Antes debía educarla para el beso. Para que no se engaña inconscientemente. Para que no besara sólo con los labios. Había esperado en sí mismo la emoción del esfuerzo, el conflicto entre educador y autoeducador. Cuántas veces había deseado oprimir la cintura imprudente. Cuántas veces lo había deseado sin deseo. Pero ella no tenía un talle tímido. Había esperado hacerla menos deseable, para desearla. Había querido aligerarla de un lastre inútil, de un inútil sobrante de sexualidad. En rigor, había querido dejarle su sexo a solas, un sexo puro sobre el que levantar el sentimiento. Había esperado amarla en lo que creía creer que era, y nada más. Que ella no inventara, que ella no agregara algo -pensando que era sexo- a su sexo a secas. La quería sin suburbios, sin sexo de pensamiento, sin sexo de imaginación, con su sexo a secas.
Ahora la oficina está un poco agitada. Todos creen saber algo. Aunque hablan del próximo paro del transporte, todos creen saber algo. Lo del paro es el recurso a que se echa mano cuando viene Gálvez, cuando se acerca Ayolas. Lo del paro es un tema de urgencia para cuando no se habla de Gálvez o de Ayolas. Los expedientes llegan, pero no se trabaja con los expedientes. Hay temas, hay asunto, hay comidilla. El clan moviliza sus veedores, el clan formula sus teorías, el clan divídese en varios clanes. «Gálvez sabe lo que hace. » «Ayolas cayó en desgracia.» «Es un inadaptado.» «Gálvez tiene la sartén por el mango.» «Al otro no lo cazan así nomás.» «¿Será a causa de Celeste?» Ellos están suaves con Ayolas. No quieren comprometerse. No le discuten. Él dice «Soy otro». Y lo es. (Dos noches con Celeste.) Frente al escritorio verde, frente al escritorio verde percibe, se siente cercado por el sonido y el olor de anteayer, cuando Gálvez quiso hablarle sereno, en el despacho, quiso serenamente entrar en su papel de cínico de afición, y por eso mismo tanto más admirable. Y le dijo: «¿Qué tal va eso, Ayolas? ¿Cómo van esas conquistas? A su edad -¡qué carajo!-, a su edad yo solía ... » Pero no solía porque "vez no tuvo jamás la edad de Jorge, porque no tuvo nunca el pudor de la edad de Jorge Ayolas. «A su edad, yo solía atraer a las mujercitas -las buenas inclusive- como la miel sus moscas. A su edad... (... el cajón cerrado, sin pasar la llave ... ). Ahora me he tranquilizado. Soy un hombre de hogar.» (Dos noches con Celeste.) El periodista y el contador habían sonreído, habían hallado a Jorge realmente cómico en su papel de callado dueño de Celeste, habían recogido íntegramente la abultada ironía del jefe.
Jorge Ayolas está nuevamente en el despacho. Solo. «Soy otro», dice. Y lo es. Uno puede pensar fríamente. Uno puede pensar fríamente en todo esto. Hay dos hechos. El hecho Gálvez y el hecho Celeste. Aunque le afecte, el hecho Celeste puede quedar así. Ella seguirá trabajando en la Oficina. Acaso Gálvez la traslade a su despacho y a él lo mande al Archivo. Ella resultó sincera en su hipocresía. Uno sólo puede culparse a sí mismo. Basta. El hecho Gálvez no le afecta. Lo ve con serenidad. Sin duda, es un brote epidémico. No le odia, sin embargo. ¿Por qué va a odiarle? ¿Porque pasó dos noches con Celeste? No, por cierto. ¿Porque anteayer se burló de él frente a los adulones? No, por cierto. El burlado fue Gálvez. Ayer Jorge no vino, para pensarlo mejor. Ayer lo pensó bien. Hoy lo sabe. «¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla, y entonces ... » Ahora es la voz de Gálvez, del hombre alto, calvo y afeitado, con un enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. (Dos noches con Celeste.) Escasamente a un metro de su mano, a medio metro quizá, está el cajón sin llave. Está el cajón sin llave. Está el revólver. Uno piensa en lo que uno pensó, en lo que uno pensaba. Que la religión puede ser útil y perjudicial, según el temperamento de cada uno. Que la religión es útil cuando no puede hallarse la conciencia, cuando es un sucedáneo de la conciencia. Esto... abrir el cajón... esto Esto ESTO ¿es la conciencia? ("vez.) ¿Hay Dios? (Cayó.) ¿Es la conciencia? (Cayó de espaldas.) ¿Hay Dios? ( ... «y entonces ha oído cómo caía en el buzón»)... ¿Es la conciencia? (Sangra. Naturalmente, sangra.) ¿Dios? (Las piernas no están ya firmes ni separadas.) ¿La conciencia? (Bueno.) ¿Dios? (Bueno, está hecho.) ¿La conciencia? (El pudor. Sí. El pudor.)
Entran. Ya entran. Son todos ellos. Menéndez, el primero. Tiene una teoría sobre... Ella está también. Son veinte. Treinta. Ella está también... Ella. Celeste. Mueve los labios. Pero él lo sabe. Ella dijo: «Asesino.» Ella pensó: «Asesino.» Mejor. Algo menos para que uno rumie. Algo menos para que uno extrañe. Algo menos, sin duda... Mejor. Así nadie se da cuenta que uno está llorando, que uno no se da cuenta que uno está llorando.
«Soy otro», dice. Pero no lo es.
Mario Benedetti.....
El Clitoris: Ese amigo desconocido
Para qué sirve el clítoris? ¿A qué se parece? ¿Cómo funciona? Este documental descubre todo lo que siempre quiso saber sobre este infravalorado órgano, símbolo del placer femenino. Lejos de tabúes y convencionalismos sociales, médicos, sexólogos y expertos en el tema analizan las claves de la sexualidad femenina.....
martes, 5 de mayo de 2009
domingo, 3 de mayo de 2009
Juan Goytisolo - fragmento de El lucernario
" Con anterioridad a su fulgurante carrera política, Azaña había denunciado una y otra vez la identificación de la causa española con la causa católica; la instrumentalización de la historia al servicio del mito; la supuesta necesidad de cerrar filas, predicada por la ortodoxia españolista, contra las conjuras del enemigo; el culto a la verdad establecida e incólume. Los pilares del sentimiento nacional, advertía, se asentaban en bases muy frágiles: la ignorancia de los hechos y un afán exterminador apenas suavizado por la evolución de los conocimientos y las costumbres. La experiencia de mi adoctrinamiento por los jesuitas y Hermanos de la Doctrina Cristiana en nuestra inmediata posguerra no difería mucho, como dije, de la descrita en El jardín de los frailes . El enemigo -mundo, demonio y carne- nos odiaba por ser españoles e hijos por tanto de la Iglesia católica, apostólica y romana: frente a él no cabían neutralidad ni tolerancia. Menéndez Pelayo, el exponente mejor y más culto de la enseñanza prodigada aquellos años, ¿no habría formulado ya una sentencia -aplicada después con esmero- cuando el lenguaje cedió paso al estruendo de las armas: “La llamada tolerancia es virtud fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la salvación o perdición de las almas, fácilmente puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de carácter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento”. Eunuquismo de entendimiento: Azaña fue acusado de ello, y de otras supuestas taras, por los defensores de la santa intolerancia, del fanfarrón y demagogo Girón de Velasco al falsario Joaquín Arrarás. Un recorrido por la prensa franquista nos procuraría verdaderas perlas de cultivo en boca de otros matones y de eclesiásticos de “inspiraciones santas”. La intolerancia de la Inquisición y la monarquía absoluta, rebalsada en los períodos de convivencia entre las guerras carlistas, el canovismo y las primeras décadas del reinado de Alfonso XIII, se volcó de golpe por las compuertas de la presa, abiertas por el alzamiento militar. En un país de intolerantes, apenas zafado del peso de las excomuniones y condenas de León XIII y sus pares, la matanza de curas e incendio de iglesias por unos y el fusilamiento sistemático de masones, comunistas y ateos por otros, mostraban la superficialidad de los cambios introducidos por la República y el odio que concitaban entre los apóstoles y sayones de la Cruzada. La sociedad española no cambió, primero en términos económicos y luego cívicos, sino en la década de los sesenta. Dicho cambio, silencioso y eficaz, se produjo sin violencia: cuando el Caudillo murió, el país tenía muy poco que ver con el que gobernó con mano de hierro durante casi cuarenta años. El gran crimen de Azaña fue así el de proponer unas formas de convivencia a una sociedad todavía inmadura para ellas y en un contexto internacional claramente desfavorable. "
Vicente Aleixandre - Unidad en ella
" Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo. "
¿Por que Pepa Flores mato a Marisol?
Josefa Flores González, nacida en Málaga el 4 de febrero de 1948, más conocida como Marisol o Pepa Flores, causó un gran furor en aquellos años 60. Este documental narra su trayectoria desde que empezó hasta que derroto a su otro "Yo". Una biografía muy interesante explicativa del mito todavía vivo del que casi todos recuerdan.
Ver Documental ¿Por que Pepa Flores mato a Marisol?
viernes, 1 de mayo de 2009
McCullers Carson - La Balada Del Cafe Triste
Paul Auster fragmento de La habitación cerrada
Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejo tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños. Nos imaginamos la verdadera historia dentro de las palabras y para hacer esto sustituimos a la persona del relato, fingiendo que podemos entenderle porque nos entendemos a nosotros mismos. Esto es una superchería. Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan; nos volvemos cada vez más opacos; más y más conscientes de nuestra propia incoherencia. Nadie puede cruzar la frontera que lo separa del otro por la sencilla razón de que nadie puede tener acceso a si mismo.
Jaime Gil de Biedma - No volveré a ser joven, de Poemas póstumos
" Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra. "
Maravillosa pintura china
El sexo de los ángeles
Mario Benedetti ....