sábado, 16 de mayo de 2009

El Hombre Nunca Llego a la Luna ...


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Manuscritos del mar muerto


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El libro de los muertos


El Libro de los Muertos, del cual su nombre original es Peri Em Heru “Libro para salir al día”, data de la época de Imperio Nuevo pero sus raíces se encuentran en los “Textos de las Pirámides” del Reino Antiguo. Se trata de los sortilegios y ritos funerarios egipcios más antiguos que existen hasta el momento y tradicionalmente se considera a Dyedefhor, famoso sabio y adivino, como su autor.

En un principio estos hechizos eran labrados en las tumbas de faraones y personas de clase alta, pero luego en la época del Imperio Medio fueron asequibles a todo aquél que pudiera pagar un rito fúnebre, para ello se los grababa dentro de los sarcófagos con el fin de que los muertos los pudieran leer.

Durante el período del Imperio Nuevo, los “Textos de los sarcófagos” se transformaron en el Libro de los Muertos.

Estas redacciones fueron creadas para ayudar a los difuntos en el paso hacia el otro lado y salir airosos del juicio de Osiris. El libro además contiene pasajes que auxilian a los muertos a reconocer los dioses que serían benefactores para su transición, para que puedan encontrar el rumbo en el camino de las 12 Regiones de la Duat, (el inframundo de la mitología egipcia ) y poder llegar al fin al Aaru.


Para los egipcios en el corazón se centraba la vida por ello 4 hechizos en el libro se especializan en la protección de este órgano, el sortilegio 23 “Apertura de la Boca” pretende ayudar a recobrar los sentidos del difunto para su vida después de la muerte.



Estos textos mortuorios han tenido 3 exámenes críticos a lo largo de los siglos:

- La primera fue la Recensión Heliopolitana donde sacerdotes de Heliópolis editaron los textos, fue empleada entre la V y la XII Dinastías. Es puramente solar ya que suscita la teología del dios Ra, fue hallada en sarcófagos, estelas, papiros y tumbas.

- La segunda corresponde a la Recensión de Tebas, los escritos fueron usados entre la XVIII y la XXII Dinastías, se la realizó en forma de jeroglíficos sobre papiros y se divide en 6 capítulos.

- Y por último la Recensión Saite donde se organizó el libro en capítulos ordenados, se la usó desde la XXVI Dinastía hasta el final de la época Tolemaica.



Papiro de Ani

En la actualidad se han descubierto 192 capítulos pertenecientes al Libro de los Muertos, de los cuales el más renombrado es el nº 125, el Papiro de Ani donde se redacta la “Fórmula para entrar en la sala de las dos Maat”, sitio donde el alma del muerto se presenta ante el tribunal de Osiris para que su corazón sea pesado.

Maat era la diosa que gobernaba las leyes físicas, el orden del universo y la verdad, ella disponía de una pluma de avestruz la cual disponía en uno de los platillos de la balanza donde se pesaba el corazón del difunto, si éste era más ligero que la pluma se le concedería la vida eterna en los campos de Aaru.

Es uno de los capítulos más extensos y complejos, destaca las “Confesiones negativas” que el muerto declaraba ante los dioses para justificar sus acciones en vida, detalle que marca fehacientemente la importancia que la moral tenía para el pueblo egipcio.

Aquí en mi cuerpo y otros poemas


AQUÍ EN MI CUERPO...

Aquí en mi cuerpo
acabó de pasar el mediodía
y por mi piel respira un agua
atardecida.
Los labios están secos,
guardo en la lengua
los aromas.
Si acaso pusieras
tu mano
entre mis muslos,
sabrías que estás vivo.
Saborearías mi sal.
Haríamos un pozo
en el tiempo,
y dejaríamos que el sol
nos madurara.







AQUÍ PASA EL SILENCIO VAGABUNDO...

Aquí pasa el silencio vagabundo.
Aquí cae la lluvia de la tarde,
y humedece los ojos de cristal.
Es la ciudad mi cárcel.
Y eres tú mi verdugo.
En tus brazos de fieltro
me someto al suplicio
de tus besos de hielo.
Repites los gestos conocidos
y penetras mi cuerpo somnoliento.
No tengo alma que vuele, cante
o gima.
Para el amor he muerto.







AQUÍ SENTADA ASÍ...

Aquí sentada así
compartiendo tu mesa.
Bebemos vino frío
y pelamos nuestras pieles
como frutas
aturdidas de sol.
Salgamos a la calle.
Digámosle a la gente
que tú y yo
habitamos el limpio
territorio del amor.
Cantemos esa suave
canción de la ternura
mientras enciendes
el motor de la rutina.







CREO QUE POR FIN TE HE DESPEDIDO...

Creo que por fin
te he despedido.
Porque logré
que dé lo mismo
que estés aquí
o allá.
De todos modos
estás lejos.







DESPUÉS DEL AMOR...

Después del amor
vino el silencio
grité toda mi voz.
Morimos juntos
muchas noches.
Incendiamos
recuerdos - voces.
Arañamos las
caricias ajenas.
Nos desnudamos
de otros.
Quedamos
frente a frente
en silencio
para siempre.







ECHO RAÍCES EN TI...

Echo raíces en ti,
vegetalmente hambrienta
de tu tierra húmeda
y negra.







ENREDADOS LOS CUERPOS...

Enredados los cuerpos
en el agua del amor
gimiendo sudorosos.
Latigazos de sangre
alucinados.
Me abres de par en par,
nos penetramos.
El deseo con sus brazos de sed
navega ahogando las fronteras,
rompiéndolas.
Más allá de nosotros el sol
amor, el sol
que es carne viva.







ESTOY ENFERMA DE TI...

Estoy enferma de ti,
maltrecha adolorida.
Otros brazos me buscan
y no puedo abrazarlos.
Me besan y no puedo
responder con mis labios.
Ando desintegrada,
dispersa por el mundo.
Y solo hay un momento
en que me encuentro:
Cuando los dos
jugamos a ser uno.
Cuando te siento
indefenso
en mis brazos,
y pierdes la conciencia
de que nos separamos.







FUI LUZ, FUI ROCA...

Fui luz, fui roca
ensangrentada
contra tus locas aguas.
Fui el aire
y las cosas cercanas.
De madera y de pan
para tus dedos insondables.
De aguda claridad
para tus ojos.
Fui todos los cuerpos
que besaste
a través de los siglos.
La piel de la memoria,
la estrella de tus sexos.
Fuimos los dos
la vida dividida
pero no separada.
Somos ahora
compañeros de viaje
y seguiremos siempre
en el polvo del tiempo.
Agua. Luna. Silencio.








HUELLA DEJADA...

Huella dejada
por el aire
en las arenas
de un planeta
que eché a rodar.
Trompo feliz.
Hoy se detuvo.







ME LEVANTO DEL AGUA DE LA NOCHE...

Me levanto del agua de la noche
deseosa de ti.
Despedazada.







ME OCUPO INÚTILMENTE DE MI VIDA...

Me ocupo inútilmente
de mi vida
mientras espero que
despiertes.
Estuviste a punto de
romper el cristal
que nos separa
y por fin encontrarnos.
Sólo viste tu imagen
reflejada.
No miraste al través.
Del otro lado estaba yo,
llamándote.
Llegaste a mí
sin darte cuenta.
Por una puerta entraste,
que no me conocía,
y te quedaste aquí,
sin saberlo.
Ahora te veo caminar
por la ciudad,
dueño de ti, sin anclas,
y me sonrío,
porque ese tú que anda
por ahí,
es el que está soñando.
Y aquí dentro de mí
te sueña el verdadero.







MITAD PEZ. MITAD VIENTO

"Hay hombres
mitad pez
mitad viento"...
Pablo Neruda

Mitad pez. Mitad viento
soy.
Agua vital,
que quiere ser bebida
sin agotarse nunca.
Agua que busca
humedecer las verdes
soledades ajenas.
Lava roja,
súbitamente gris
al contacto del aire
doloroso.








NO ES VERDAD...

No es verdad
que tú cuentas
conmigo,
ni con nadie.
Sólo cuentas
contigo
y tu mentira.
Entraste en el túnel
de ti mismo,
volcándote
en los otros.
Cuando te puse
enfrente del espejo
te encegueciste más,
y me dejaste
a la orilla de ti,
sin brazos para hallarte.







NO PODRÍA OBLIGARTE...

No podría obligarte
a no seguir tu sino.
Eso sería negarte
todo lo que de carne eres
y que somos.
Vete ya a acariciar
largos cuerpos,
distintos a este mío,
desde el cual te diviso,
viviéndome de adentro.
Tú vives desde afuera.
Con sólo ser tocado
ya existes.
Yo necesito más.
Quiero manos de amor,
sabias manos que
atraviesen la piel
de que estoy hecha,
y conozcan
la pura consistencia
de mi barro.







NO TE GUSTÓ ENCONTRARME...

No te gustó encontrarme
por la calle sonriente,
que tomara un café
sin nostalgia de ti,
al lado de tu mesa.
Que ya no te dijera
que hacías parte de mí.
No te gustó saber
que sigo viva,
que me río con ganas,
que disfruto las cosas
cotidianas
sin esperarte ni
desesperarme,
que construyo mi vida
libremente.
No te gustó saber
que no me tienes.
La vanidad ha sido tu enemiga,
ella tiene la culpa
de que no compartamos
ni siquiera
una charla.







NO VINISTE DE LEJOS

Viniste de tan hondo
que conozco tu nombre,
conozco tu dolor,
reconozco tu alma.
No viniste de lejos,
ni siquiera has llegado.
Estabas desde siempre,
como un lenguaje escrito
en el fondo de mí,
y te estoy descifrando.







ÓYEME ASÍ, COMO AL DESCUIDO...

Óyeme así, como al descuido.
No te des mucha cuenta.
Quiero contarte que te quiero,
sin decírtelo nunca.
Quiero besarte suavemente,
como te besa el agua
de la lluvia.
Así, muy quedamente,
sin que escuches siquiera
su gemido.
Quiero que me ames
a pesar de ti mismo.
Que me ames lentamente
y enciendas todo el fuego
que arde en mí para ti,
definitivo.







POR PRIMERA VEZ...

Por primera vez
he pintado mis labios.
Les quité su sabor y su forma.
Porque quiero que rían,
disfrazados de fiesta.
Que brillen por las calles,
y me lleven de paseo
a donde no conozco.
A donde no me atrevo
a besar
con mi boca desnuda.







QUÉ EXTRAÑA MANERA DE QUERERTE...

Qué extraña manera de quererte.
Así de pronto me encuentro
amándote de adentro
como si alguna raíz,
la más profunda,
hubiera hecho contacto
con la más honda tuya
y se anudaran hundiéndose
más y más en la tierra,
buscando el agua profundísima
de un amor singular, que no
pregunta,
que sabe todo. Hasta lo que tú y yo
ignoramos.







REGRESO A MI CUERPO...

Regreso a mi cuerpo
después de un largo
viaje a ti.
Te vi dormido
frente al mar,
fatigado de amor
sobre mi pecho.
Respirabas ahí,
abandonado,
como si en mí
hubieras anclado.
Quise dormir también
para soñar tu sueño
que casi lo veía
surgir de tu cabeza.
Cerré los ojos.
Fue en el tiempo
el momento
en que más te amé.
Después los sueños
propios me llevaron
muy lejos.
En uno de ellos,
te perdí.







TE ESPERARÉ

Te esperaré del lado del silencio.
Entre las sombras de las lentas horas.
Te esperaré en el fondo de mis sueños
allí donde comienzan nuestras cosas.
En ese después del tiempo
donde podemos ser nosotros.
Desnudos, al fin, para los besos
más profundos y locos. Para la piel.
Te esperaré en la espuma del mar
interminable. Tú tocarás el aire
con mi cuerpo. Siempre vas a cantar
sabiendo que te espero.

II
Voy a morir contigo cualquier tarde.
Después de ti no quiero a nadie.
Todo el deseo del mundo claudica
entre tus brazos. No hay más allá de ti,
es el amor que nunca se reparte.
Llegaste a ser mi pasión única.
No somos una ilusión cobarde,
si tú no luchas, no lucharé tampoco.
Aceptaré que el tiempo te arranque
de mi lado y moriré esta tarde.







TELA RAÍDA DEL AMOR...

Tela raída del amor.
Tú y yo la destejemos.
Tiras de un hilo:
Vas deshaciendo
la forma que le dimos.
Impasible, te asisto
en la tarea
de hacer de mí un recuerdo.







TODAVÍA TU SOMBRA LLEGA...

Todavía tu sombra llega
y me invade la casa.
Conversa con las cosas.
Extrañamente tuya
esa presencia muda.
Como si tú quisieras
amarme sin saberlo.
Como si un otro tuyo
se saliera de ti
para buscarme.







TU CUERPO

Cuando beso tu cuerpo
siento latir el corazón
profundo de la vida.
Te recorro despacio
reviviéndome.
Hay hallazgos sutiles,
hay derrotas.
El extenso placer,
la abierta lucidez,
la dicha de tenerte.








TÚ ERAS EL DESIERTO...

Tú eras el desierto...
Anduve tus caminos,
sedienta, solitaria.
Casi que muero un día
buscando encontrar agua
en ti. Siquiera gotas.
No encontré sino sed.
Bebí arena seca.
Horas de sol y sal.
No quiero recordarlas.







VINCENT VAN GOGH BENDICE TU LOCURA...

Vincent Van Gogh
bendice tu locura.
Derramaba pintura
y pasión con furor.
Tú dabas alaridos
azules y naranjas.
Emborrachaste
el aire provinciano.
Inyectaste en el trigo
movimientos
de color amarillo.
Llegaste a darle
a Dios
el cielo tuyo
agitado y oscuro,
y te quedaste
sentado en el taburete
del rincón
de tu cuarto,
iluminado.

Renata Durán ......

lunes, 11 de mayo de 2009

Julio Cortázar - Después De Las Fiestas

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Y cuando todo el mundo se iba

y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.

Julia Prilutzky Farny - Soneto X

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Quiero un amor de todos los instantes
aunque no sea amor para la vida;
quiero un amor con la ansiedad del antes
para después del ansia desmedida.
Quiero la fe de todos los amantes
en este solo amor, ver contenida:
tumulto de horizontes trashumantes
y luego, claridad de agua dormida.
Quiero un amor transfigurado en fuente
de todo florecer: fruto y simiente;
a tal único amor, mi amor sentencio:
aquel de la impaciencia y el latido
y la fiebre y el grito y el gemido
y el difícil momento del silencio.

Mujeres en la Historia- Juana La Beltraneja

Mujeres en la Historia- Juana La Beltraneja

Si existe el destino, la princesa Juana, hija del rey Enrique IV, nació marcada por la desgracia. Si se forja día a día sus amigos y enemigos se encargaron de convertirla en una víctima que la Historia olvidó. ¿Quien era la legítima reina de Castilla? ¿Juana o su tía Isabel la Católica?.

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Un día en El Bulli - La 2 . Documentales

El funcionamiento diario de un restaurante como El Bulli requiere de una organización extrema, de otro modo sería imposible servir cada día más de 1500 platos, hacer funcionar a 50 cocineros y 30 personas de servicio de sala que servirán tan sólo a cincuenta comensales.

Un día en elBulli

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Marianne

Yo era la madame de una casa de prostitución literaria; la madame de un grupo de escritores hambrientos que producían relatos eróticos para vendérselos a un «coleccionista». Fui la primera en escribir, y todos los días entregaba mi trabajo a una joven para que lo mecanografiara en limpio. Esta joven, Marianne, era pintora, y por las noches escribía a máquina para ganarse la vida. Su cabello era un halo dorado, tenía ojos azules, cara redonda y senos firmes y turgentes, pero acostumbraba a disimular la opulencia de su cuerpo, en vez de ponerla de manifiesto, a disfrazarse con deformados atuendos bohemios, chaquetas anchas, faldas de colegiala e impermeables. Procedía de una pequeña ciudad. Había leído a Proust, Krafft-Ebing, Marx y Freud. Y, claro está, había tenido muchas aventuras sexuales, pero existen aventuras en las que el cuerpo no participa en realidad. Se estaba decepcionando a sí misma. Creía que, como se había acostado con hombres, los había acariciado y había hecho todos los gestos prescritos, poseía experiencia de la vida sexual. Pero todo eso era externo. En efecto, su cuerpo había sido insensibilizado, deformado, se le había impedido madurar. Nada la había afectado profundamente. Era todavía virgen. Lo noté apenas entré en la habitación. De la misma forma que un soldado se niega a admitir que tiene miedo, Marianne no quería admitir que era fría, frígida. Pero se estaba psicoanalizando. No podía dejar de preguntarme en qué medida la afectarían los relatos eróticos que le entregaba para mecanografiar. Junto con la intrepidez intelectual y la curiosidad, había en ella un pudor físico que luchaba por no revelar, pero que descubrí accidentalmente al enterarme de que nunca había tomado desnuda un baño de sol, y que la simple idea de hacerlo la intimidaba. Lo que recordaba de manera más obsesiva era una noche con un hombre al que ella no había respondido, pero que en el momento de abandonar el estudio, la había apretado contra la pared, le había levantado una pierna y la había penetrado. Lo extraño del caso es que en aquel momento, no había sentido nada, pero cada vez que recordaba la escena, se ponía ardiente e inquieta. Se le aflojaban las piernas y lo hubiera dado todo por volver a sentir aquel cuerpo pesado presionando contra el suyo, ciñéndola contra la pared, impidiéndole escapar y, por último, tomándola. Un día se retrasó en la entrega del trabajo. Fui a su estudio y llamé a la puerta. No respondió nadie. Empujé la puerta y se abrió. Marianne debía haber salido a algún recado. Me dirigí a la máquina de escribir para comprobar cómo iba el trabajo y vi un texto que no reconocí. Pensé que tal vez estaba empezando a olvidarme de lo que escribía. Pero eso era imposible. No era un escrito mío. Empecé a leer, y entonces comprendí. 55 Mediado su trabajo, Marianne se había sentido poseída por el deseo de relatar sus propias experiencias. Y esto es lo que escribió: "Hay cosas que, cuando las lees, te hacen comprender que no has vivido en absoluto, que no has sentido ni experimentado nada hasta el momento. Ahora veo que la mayor parte de las cosas que me han sucedido eran de carácter clínico, anatómico. Había unos sexos que se tocaban, se confundían, pero sin chispa, sin furia sin sensaciones. ¿Cómo puedo alcanzar el placer? ¿Cómo puedo empezar a sentir, a sentir? Quiero enamorarme de tal forma, que la mera visión de un hombre, incluso a una manzana de distancia, me conmueva y me penetre, me debilite y me haga temblar, aflojarme y derretirme entre las piernas. Así es como quiero yo enamorarme; tan fuerte que el simple hecho de pensar en el amado me produzca un orgasmo. Esta mañana, mientras estaba pintando, llamaron muy suavemente a la puerta. Fui a abrir, era un joven más bien apuesto, pero tímido y azorado, que al momento me gustó. Se deslizó en el taller y no miró en torno, sino que mantuvo sus ojos clavados en mí, como suplicantes, y dijo: –Me envía un amigo suyo. Usted es pintora y quisiera encargarle un trabajo. Me pregunto si usted... ¿Querría usted? Sus palabras quedaron ahogadas y se ruborizó. Era como una mujer. –Pase y siéntese –le invité, pensando que eso le haría sentirse cómodo. Entonces vio mis pinturas, que son abstractas. –Pero usted puede pintar una figura realista, ¿no? –preguntó. –Desde luego que puedo. Le mostré mis dibujos. –Son muy vigorosos –observó, cayendo en un trance de admiración por uno que representaba a un musculoso atleta. –¿Quiere usted un retrato suyo? –Bueno, sí; sí y no. Quiero un retrato. Pero se trata de un tipo de retrato poco usual. Yo no sé si usted accederá... –Acceder ¿a qué? –Bueno –balbució por fin–. ¿Querría usted hacerme un retrato de este tipo? –y señaló al atleta desnudo. Esperó alguna reacción por mi parte. Me había acostumbrado tanto a la desnudez masculina en la escuela de arte, que me sonreí ante su timidez. Aunque no fuera lo mismo tener un modelo desnudo que pagaba al artista por dibujarlo, yo no creía que hubiera nada de extravagante en su petición. Esta era mi opinión, y así se lo dije. Mientras tanto, con el derecho de observación que se reconoce a los pintores, 56 estudié sus ojos violeta, el suave y dorado vello de sus manos y el fino cabello sobre sus orejas. Tenía un aspecto de fauno y un carácter femeninamente evasivo que me atrajeron. A pesar de su timidez, parecía sano y más bien aristocrático. Sus manos eran suaves y flexibles y sabía comportarse. Mostré un cierto entusiasmo profesional que pareció deleitarle y animarle. –¿Quiere usted que empecemos ya? –preguntó–. Llevo algo de dinero. Puedo traer el resto mañana. Le señalé el rincón de la habitación donde estaba el biombo que ocultaba mi ropa y el lavabo. Pero volvió hacia mí sus ojos y dijo inocentemente: –¿Puedo desnudarme aquí? Me sentí ligeramente incómoda, pero accedí. Me ocupé buscando papel de dibujo, moviendo una silla y sacando punta al carboncillo. Me pareció que se desnudaba con una lentitud fuera de lo normal, como si esperara que le prestase atención. Le miré atrevidamente, como si estuviera empezando a estudiarlo, carboncillo en mano. Se desvestía con sorprendente premeditación, como si se tratara de una tarea especial, un ritual. En un momento dado, me miró a los ojos y sonrió, mostrando sus dientes finos y regulares. Su cutis era tan delicado que recibió la luz que penetraba por el gran ventanal y la retuvo como si fuera un tejido de raso. En ese momento, el carboncillo cobró vida en mi mano, y pensé que sería un placer dibujar a aquel joven, casi tanto como acariciarlo. Se había quitado la chaqueta, la camisa, los zapatos y los calcetines; le quedaban sólo los pantalones. Se los sostenía como si estuviera haciendo strip-tease, mirándome todavía. Yo no lograba interpretar el fulgor de placer que animaba su cara. Entonces se inclinó se desabrochó el cinturón, y los pantalones se le deslizaron. Permaneció completamente desnudo ante mí y en el más obvio estado de excitación sexual. Cuando me hube percatado de ello hubo un momento de suspense. Si protestaba, perdería mis honorarios, que tanto precisaba. Traté de leer en sus ojos. Parecía decir: "No te enfades. Perdóname." Así pues, opté por dibujarlo. Era una extraña experiencia. Mientras dibujaba la cabeza, el cuello y los brazos, todo iba bien. Pero en cuanto mis ojos se pasearon por el resto de su cuerpo, pude advertir el efecto que eso le producía. Su sexo temblaba imperceptiblemente. Quise dibujar esa protuberancia con la misma calma con la que había dibujado la rodilla. Pero la virgen que llevo en mí estaba turbada. Pensé: "Tengo que dibujar lentamente, con atención, hasta que pase la crisis, pues de lo contrario, podría descargar su excitación en mí." Pero no; el joven no hizo ningún movimiento. Estaba absorto y satisfecho. Yo era la única turbada y no sabía por qué. Cuando terminé, se vistió de nuevo, con calma, completamente seguro de sí mismo. Avanzó hacia mí, me dio la mano cortésmente y preguntó: 57 –¿Puedo venir mañana a esta misma hora?" Aquí concluía el relato, y en aquel momento entró Marianne en el estudio, sonriendo. –¿Verdad que es una aventura extraña? –me dijo. –Sí, y me gustaría saber qué sentiste cuando se hubo marchado. –Después –confesó– fui yo la que estuve excitada todo el día, recordando su cuerpo y su hermosísimo sexo rígido. Miré mis dibujos, y a uno de ellos le añadí la imagen completa del incidente. Estaba atormentada por el deseo. Pero a un hombre así sólo le interesa que le miren. Aquello hubiera podido quedar en una simple aventura, pero para Marianne se convirtió en algo más importante. Advertí cómo crecía su obsesión por el joven. Evidentemente, la segunda sesión fue igual que la primera. No se dijo nada. Marianne no exteriorizó emoción alguna. El, por su parte, no confesó el placer que le causaba el escrutinio de que era objeto su cuerpo. Todos los días, Marianne descubría nuevas maravillas. Todos los detalles de su cuerpo eran perfectos. ¡Si tan sólo hubiera mostrado un mínimo interés por el cuerpo de ella! Pero no lo hizo, y Marianne adelgazaba y se consumía de deseo insatisfecho. También la afectaba el hecho de copiar continuamente aventuras ajenas, pues ahora todos los escritores del grupo le entregaban su original, pues se podía confiar en ella. Por las noches, la pequeña Marianne, de senos abundantes y maduros, se inclinaba sobre la máquina de escribir y tecleaba febriles palabras acerca de violentos encuentros físicos. Unos hechos la afectaban más que otros. Le gustaba la violencia. Por ello, esa situación con el joven erapara ella la más insostenible de las situaciones. No podía creer que sintiera tanta excitación física y un placer tan evidente por el mero hecho de que ella fijara sus ojos en él, como si lo estuviera acariciando. Cuanto más pasivo e inexpresivo se mostraba, más deseaba hacerlo objeto de su violencia. Soñaba con forzar su voluntad, pero ¿cómo podía forzar la voluntad de un hombre? Puesto que no podía tentarlo con su presencia, ¿cómo lograría hacerse desear? Anhelaba que se durmiera, lo que le brindaría una oportunidad de acariciarlo, y que él la tomara. 0 que entrara en el taller mientras ella se vestía y que la visión de su cuerpo le excitara. En una de las ocasiones en que le esperaba, probó a dejar la puerta abierta de par en par mientras se vestía, pero él miró a otra parte y tomó un libro. Era imposible excitarlo, excepto mirándolo, y Marianne se hallaba ahora poseída de un frenético deseo. El dibujo estaba terminándose. Conocía todos los rincones de su cuerpo, el color de su piel, tan dorada y clara, cada una de las formas de sus músculos y, por encima de todo, el sexo en constante erección, suave, pulido, firme, tentador. Se aproximó a su cliente para colocar a su lado una cartulina blanca que proyectara 58 un reflejo más blanco o bien más sombras sobre su cuerpo. Y entonces perdió el control de sí misma y cayó de rodillas ante el sexo erecto. No lo tocó; se limitó a mirarlo y murmuró: –¡Qué hermoso es! Aquello le afectó visiblemente. Todo su sexo se tornó más rígido a causa del placer. Ella estaba arrodillada muy cerca, lo tenía casi al alcance de la boca, pero sólo pudo repetir: –¡Qué hermoso es! Como él no se movía, Marianne se acercó aún más, sus labios se abrieron un poco y su lengua tocó con delicadeza, con mucha delicadeza, la punta del sexo. El no se apartó: continuaba mirando el rostro de la artista, y la forma en que su lengua acariciaba su sexo. Lo lamió con suavidad, con la delicadeza de un gato, y a continuación se introdujo una parte en la boca y cerró los labios alrededor. El miembro se estremecía. Se contuvo, por miedo a encontrar resistencia, y él no la animó a continuar. Parecía contento. Marianne sintió que eso sería todo cuanto podría pedirle. Se puso en pie y volvió a su trabajo. Estaba sumida en la confusión. Ante sus ojos pasaban violentas imágenes. Recordaba unas películas que había visto en París, con figuras revolcándose en la hierba, pantalones blancos abiertos por diligentes manos, caricias, más caricias y el placer que hacía que los cuerpos se retorcieran y ondularan; el placer que recorría la piel como si fuera agua y provocaba estremecimientos cuando la oleada se apoderaba de los vientres o las caderas de los personajes, o cuando ascendía por sus espaldas o descendía por sus piernas. Pero se controló, con el conocimiento intuitivo que una mujer posee de los gustos del hombre a quien desea. En cuanto a él, permaneció extasiado, con el sexo en erección y el cuerpo estremeciéndose débilmente, como si lo recorriera el placer al recordar la boca de Marianne abriéndose para entrar en contacto con el suave miembro. Al día siguiente de este episodio, Marianne repitió su actitud de exaltada adoración, su éxtasis ante la belleza de aquel sexo. De nuevo se arrodilló y oró ante el extraño falo que sólo reclamaba admiración. Lo lamió otra vez, provocando desde el sexo estremecimientos de placer; volvió a besarlo, encerrándolo entre sus labios como un maravilloso fruto, y de nuevo él tembló. Entonces, para sorpresa de Marianne, una minúscula gota de una sustancia blanca, lechosa y salada, la procursora del deseo, se disolvió en su boca, por lo que acrecentó la presión y aceleró los movimientos de la lengua. Cuando vio que se derretía de placer, se detuvo, intuyendo que, tal vez, si se apartaba entonces, él haría algún gesto para consumar el acto. Al principio, no hizo ningún movimiento. Su sexo se estremecía, y se le veía atormentado por el deseo. Pero luego, para sorpresa de Marianne, se llevó la mano al miembro, como si fuera a satisfacerse a sí mismo. 59 Marianne cayó en la desesperación. Apartó la mano del hombre, tomó su sexo en la boca de nuevo, rodeó sus órganos con sus dos manos, y le acarició y succionó hasta provocarle el orgasmo. El se inclinó, agradecido y tierno, y murmuró: –Eres la primera mujer, la primera mujer, la primera mujer... Fred se mudó al taller. Pero, como Marianne explicó, no pasó de aceptar sus caricias. Yacían en la cama, desnudos, y Fred se comportaba como si ella careciera por completo de sexo. Recibía los tributos de Marianne frenéticamente, pero el deseo de la muchacha quedaba sin respuesta. Lo máximo que hacía era ponerle las manos entre las piernas. Mientras ella le acariciaba con la boca, las manos de Fred le abrían el sexo como si fuera una flor y anduviera buscando el pistilo. Cuando Fred sentía las contracciones de la vulva, de buena gana acariciaba la palpitante abertura. Marianne era capaz de responder, pero eso no satisfacía la ansiedad que le inspiraban el cuerpo y el sexo de su amante, y anhelaba que él la poseyera de una manera más completa, que la penetrara. Se le ocurrió mostrarle los manuscritos que estaba mecanografiando. Pensó que eso podría incitarle. Se tendían en la cama y leían juntos. El leía en voz alta, complacido. Se detenía en las descripciones. Leía y releía, y de nuevo se quitaba la ropa y se exhibía, pero por más intensidad que alcanzara su excitación, no pasaba de ahí. Marianne le pidió que se psicoanalizara, aduciendo lo mucho que a ella la había liberado ese tratamiento. La escuchó con interés, pero se resistió a la idea. Le animó a que escribiera también sus experiencias. Al principio se mostró tímido e incluso avergonzado, pero luego, casi subrepticiamente, comenzó a escribir, escondiendo las páginas cuando Marianne entraba en la habitación. Usaba un lápiz gastado, y escribía como si se tratara de la confesión de un criminal. Por una casualidad, ella pudo leer lo que había escrito. Fred tenía necesidad urgente de dinero. Había empeñado su máquina de escribir, su abrigo y su reloj, y ya no le quedaba nada por empeñar. No podía permitir que Marianne se hiciera cargo de él. Tal como estaban las cosas, ella se cansaba los ojos tecleando, trabajaba por la noche hasta tarde y nunca obtenía más que lo necesario para el alquiler y para un poco de comida. Así que acudió al coleccionista a quien Marianne entregaba los originales y le ofreció en venta el suyo propio, excusándose de que estuviera escrito a mano. El coleccionista tuvo dificultades para leerlo e, inocentemente, se lo dio a Marianne para que lo mecanografiara. De este modo, Marianne se encontró con el manuscrito de su amante en las manos. Lo leyó con avidez antes de pasarlo a máquina, incapaz de controlar su curiosidad, en busca del secreto de la pasividad de Fred. He aquí lo que leyó: "Las más de las veces, la vida sexual es un secreto. Todo el mundo conspira para que lo sea. Ni los mejores amigos se cuentan los detalles de sus vidas sexuales. Aquí, con Marianne, vivo en una extraña atmósfera. Hablamos, leemos y escribimos únicamente de la vida sexual. 60 Recuerdo un incidente que ya había olvidado por completo. Ocurrió cuando tenía unos quince años y era aún sexualmente inexperto. Mi familia había alquilado en París un apartamento con muchos balcones. En verano me gustaba pasear desnudo por mi habitación. Una vez se abrieron los batientes y me di cuenta de que una mujer me estaba observando desde el otro lado de la calle. Estaba sentada en su balcón mirándome con el mayor descaro y algo me impulsó a simular que no me daba cuenta en absoluto. Temía que si se percataba de que la había descubierto se iría. El hecho de ser observado me produjo un placer extraordinario. Yo caminaba por la habitación o me tendía en la cama. Ella no se movió en ningún momento. Repetimos esta escena todos los días durante una semana, pero al tercer día tuve una erección. ¿Se dio cuenta ella, desde el otro lado de la calle? ¿Me veía? Comencé a tocarme, sintiendo todo el tiempo cuan atenta estaba a cada uno de mis gestos. Me bañaba en una deliciosa excitación. Desde donde estaba echado podía ver la forma lujuriosa de la mujer. Mirándola ahora directamente, jugué con mi sexo y, al final, me excité hasta tal punto que llegué al orgasmo. La mujer no cesaba de mirarme. ¿Haría alguna señal? ¿La excitaba observarme? Seguro. Al día siguiente, aguardé su aparición con ansiedad. Salió a la misma hora, se sentó en su balcón y dirigió la mirada hacia mí. Desde aquella distancia yo no podía precisar si sonreía o no. Volví a tenderme en la cama. Aunque éramos vecinos, no tratamos de encontrarnos en la calle. Todo cuanto recuerdo es el placer que yo obtenía así y que ningún otro placer ha igualado nunca. La mera evocación de estos episodios me produce excitación. Marianne me da, hasta cierto punto, ese mismo placer. Me gusta la expresión hambrienta con que me mira, admirándome y adorándome." Cuando Marianne leyó aquello sintió que nunca vencería su pasividad y se consideraba traicionada como mujer. Lloró un poco. A pesar de todo, seguía amándolo. Era delicado, cariñoso y tierno. Nunca hería sus sentimientos. No era exactamente protector, pero sí fraternal y sensible a sus cambios de humor. La trataba como a la artista de la familia, respetaba su pintura, le transportaba las telas y procuraba serle útil. Marianne era profesora en una clase de pintura. A Fred le agradaba acompañarla por la mañana con el pretexto de transportarle los útiles. Pero pronto se dio cuenta de que le animaban otros propósitos: le apasionaban los modelos. No como personas, sino por su experiencia de posar. Quería ser modelo. Ante esto, Marianne se rebeló. Si no obtuviera placer sexual al ser observado quizá no se hubiera opuesto. Pero con esa particularidad era como si se entregara a toda la clase. Marianne no podía soportar la idea, riñó con él. Sin embargo, él estaba entusiasmado, y acabó siendo aceptado como modelo. Aquel día Marianne se negó a ir a clase; permaneció en casa y lloró como una mujer celosa que sabe que su amante está con otra mujer. Se encolerizó. Hizo pedazos sus retratos de él, como para sus ojos; la imagen de su cuerpo dorado, suave y perfecto. fueran indiferentes a los modelos, él reaccionaba a sus ojos, tolerarlo. Este incidente comenzó a separarlos. Parecía como si cuanto ella, más sucumbiera él a su vicio, cuya satisfacción buscaba No tardaron en hallarse completamente distanciados. Y nuevo sola para mecanografiar nuestros relatos eróticos.

ESPRONCEDA - LA CANCION DEL PIRATA

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar ríela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.

"Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho

del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco, etc.

A la voz de -¡barco viene!
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo escapar.
Que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual.
Sólo quiero
por riqueza

la belleza
sin rival.

Que es mi barco, etc.

Sentenciado estoy a muerte.
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo
sacudí.

Que es mi barco, etc.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar".

Nicolás Guillén - PIEDRA DE HORNO

deseo

La tarde abandonada gime
deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos
y entran por la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras calcinadas.
Lentamente va viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de caña;
tus pies de lento azúcar
quemados por la danza,
y tus muslos, tenazas del espasmo,
y tu boca, sustancia comestible,
y tu cintura de abierto caramelo.
Llegan tus brazos de oro,
tus dientes sanguinarios;
de pronto entran tus ojos traicionados;
tu piel tendida, preparada
para la siesta:

Tu olor a selva repentina;
tu garganta gritando -no sé, me lo imagino-,
gimiendo -no sé, me lo figuro-,
quejándose -no sé, supongo, creo-
tu garganta profunda
retorciendo palabras prohibidas.
Un río de promesas baja de tus cabellos,
se demora en tus senos,
cuaja al fin en un charco
de melaza en tu vientre,
viola tu carne firme de nocturno secreto.
Carbón ardiente y piedra de horno
en esta tarde fría de lluvia y de silencio.

BOCETO - FERNANDO ROSAS

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Mis labios deslizándose pausadamente desde tu cuello

hasta tus pechos fuertes, esperando que tu respiración

se acelere y me de la señal para seguir en el descenso

mientras aprieto tus muslos, colocándolos sobre mis hombros.

Luego sujetaré tus brazos con mis manos y el único

movimiento que permitiré será el estremecimiento de tu pelvis

mientras mi lengua juguetea incansable empujando

a que tu flor se abra, con mordiscos no muy suaves

en el umbral de la locura.

Seguirá, mi mano izquierda ayudando con caricias

a tus ya pétreos pezones sin dejar de lado el fabricar

un vacío con mis labios y mi lengua puntuda en compañía

de mi dedo medio inmiscuyéndose - aún siendo invitada -

en tus más olvidados rincones.

Y anhelo llenarte de placer hasta el punto del éxtasis

con tus piernas apretando mi cabeza y empujándola

aún más dentro hasta que mi rostro quede lleno de tu miel,

pues quiero que me dejes regocijarme en tu sabor y con tu aroma,

que desde ya supongo divino.

¿El lugar? Puede ser la mitad de una calle, la arena de Cuba

en medio de un baile o tu dormitorio.

¿La hora? Sería encantador de frente al amanecer,

mientras el sol nos hace cobre la piel al mediodía,

o en una noche en la que el frío reclame los gemidos de los amantes.

¿La posición? Preferiblemente yo de rodillas y tú de pie,

a riesgo de ser descubiertos.

¿La razón? Cualquiera, mientras el principio sea el amor.

FUENTE

domingo, 10 de mayo de 2009

El Juicio de las Brujas de Salem


Siempre hemos relacionado la palabra Bruja con algo perverso y oscuro. Personas, sobre todo mujeres, que eran capaces de cambiar su aspecto físico para atrapar bajo su poder a personas inocentes y vulnerables o capaces de producir el mal mediante pócimas y conjuros.

Massachuset, siglo XVIII; una esclava llamada Tituba es vendida a la familia Parris, siendo una de sus funciones, cuidar a la hija, Elisabeth y su prima Abigail. Como son niñas muy inquietas Tituba las entretienen con historias de miedo y pequeños trucos. Poco a poco la actidud de las niñas empieza a cambiar, llantos incomprensibles, bocas paralizadas, etc.

Todo esto es suficiente para crear un escándalo de brujería en una sociedad puritana como era el pueblo de Salem. A partir de este momento se empieza una una gran cacería donde las arrestados son; personas sin recursos, libertinas y personas que a ojos de la sociedad no son normales. Se empiezan a celebrar juicios con argumentos incoherentes como ” El diablo usa a los malos para dañar a los buenos y para defender a sus agentes creaba espectros de ellos, de modo que mientras los malos atacaban, se veían sus imágenes en otras partes efectuando labores inocentes“. Por lo tanto los veredictos distaban mucho de ser imparciales.

En siete meses fueron condenados 7 hombres, 13 mujeres, se arrestaron a 200 personas y 200 más ya habían sido acusadas. Tituba se declaró bruja y se salvó, pero los que no se declararon herejes fueron ejecutados, no quemados como normalmente se cree, sino ahorcados o apedreados.

Dieciocho meses después de esta horrible cacería, que no sólo se produjo en Salem sino que se extendió al resto del mundo, el gobernador perdonó a los sospechosos y exoneró a los muertos.

Por lo tanto todo esto pasó por no creer que las brujas eran simplemente personas sabias, conocedoras y amantes de la madre naturaleza y no confiar en su enorme poder, cuyo único fin era ayudar a los demás.

Esta mañana


Lo han arrojado del sueño con la piel estirada, los ojos desmesuradarnente abiertos a la luz inmóvil que aletarga el cuarto. Puede reconocerse, sin embargo, nombrarse en alta voz. No bien dice «Jorge», retrocede el hechizo. Entonces le es dado adivinar relativamente lejos su propio pie sosteniendo la sábana, y, más cerca, su mano izquierda, sola, dormida aún, abandonada sobre el pecho, junto a La estancia vacía, de Morgan, abierto en la página ciento cincuenta y tres. Cuando la otra mano, la derecha, vuelve a tomar el libro entre sus dedos -el pulgar inmiscuido entre las hojas como otro lector- Jorge prueba a leer: «Se lo dije porque las palabras estaban llenas de vida para mí. ¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla; y entonces ha oído cómo caía en el buzón?» Sí, esto puede entenderse. Él sabe por qué se ha detenido allí y aceptado el tema. Además, se conoce resistente y lúcido, lo suficiente como para aplazar hasta hoy, si no la interpretación, al menos la continuación de cierto anhelo de la víspera.

Todavía sin plan, todavía desordenado y hosco, aparta la sábana con un ademán lento y se sienta en la cama, los pies apoyados sobre el piso desnudo, lejos de la alfombra. Es el momento oportuno para acercar los zapatos, los arqueados zapatos negros. Pero no acaba de decidirse. Mientras el frío de las baldosas va piernas arriba, caderas arriba, hasta lamer el vaho tibio de la cama, que aún perdura en su espalda, en su pecho, en sus hombros, conserva todavía en la cabeza -no tanto en la memoria- el sonido y el olor de anteayer, el olor y el sonido de la figura aborrecida y admirada, del hombre alto, calvo y afeitado, con el enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. Aborrecido y admirado, no. Ni aborrecer ni admirar. Más bien sentir en la conciencia... menos que eso, en la boca, en las manos, en los ojos, la justificación del propio pudor, el asco indiferente hacia el hombre alto.

Quién sabe hasta dónde puede, podría obstinarse el pudor. Subsiste, pese al retroceso de los pensamientos, pese al estancamiento o la deformación de la vergüenza. El pudor tira hacia sí, porque es una especie de raíz de la raíz. Acaso, finalmente, el único camino hacia el altruismo.

Uno toma los calcetines de la víspera -pasos, umbrales, escalones-, uno toma los calcetines e introduce en cada uno de ellos el pie frío, violáceo de varices pequeñas, endurecido. Si comienza a vestirse es porque ha resuelto esquivar el baño matinal, por un inexplicable temor supersticioso a quedarse limpio de todo lo maquinado hasta ayer. Quedarse limpio, ¿por qué?, ¿de qué? Uno no tiene mayormente dudas sobre el fondo, sobre el origen, sobre el color moral del asunto. Las dudas -no vacilaciones: uno puede vacilar en dudar o lanzarse de lleno a la duda-, las dudas sólo son acerca del procedimiento, de detalles del procedimiento.

Sentirse vestido es, en cierto modo, acabar de despertarse. Ayuda a ayudarse, a desalojar la inseguridad, a ser. Uno se siente vestido y se halla listo para gobernar la mirada, para encerrarse en uno o para salir de uno, para agonizar irremediablemente o para estallar en la rutina. Percibe cómo la sangre reconoce su mundo y corre y vive. Y uno se siente vivir al ritmo de la sangre: aunque parezca mentira, uno se siente vivir al ritmo de la propia sangre. Aunque parezca mentira, la sangre también conserva el sonido y el olor de anteayer, cuando el hombre alto, calvo y afeitado que se llama Gálvez irrumpió en la sala de escritorios verdes y metálicos (todos estaban comentando el último partido y la original y atrevida tesis de Menéndez acerca del sistema M-W se basaba enteramente en la sabiduría de un comentarista de radio) y nadie supo que estaba allí, a tal punto que Silva le rozó el vientre enorme y desafiante al intentar reproducir la ejecución de un córner. Pero él quiso apoyarse, él, Gálvez, quiso apoyarse, antes de hablar, en un poco de desprecio, y para ello sonrió. Y estuvo bien, porque los otros oyeron la sonrisa y entendieron que debían sentarse cada uno detrás de su escritorio verde. Jorge le vio mover las cejas, que Gálvez movió porque Jorge lo miraba. Y cuando dijo «Ayolas», Jorge no dijo nada y los demás miraron y nada más. Era algo inexplicable, porque los otros pensaban: «Éste es Jorge Ayolas y no dice nada. » Y entonces Gálvez se irguió de veras y el vientre grande se estiró un poco al aumentar la distancia entre los muslos y las costillas. Y preguntó: «¿Por qué no vino ayer?» pero más bien preguntaba: «¿Usted se ha dado cuenta?», aunque en rigor él dijo lo otro y casi todos entendieron lo otro. Jorge sí podía entender, porque conocía al hombre alto, calvo y afeitado, y cuando estaba con él en el despacho, se olvidaba a veces de Jorge y actuaba y hablaba y pensaba como si Jorge no estuviera a sus espaldas, escribiendo o simplemente mirando la máquina.

Como ahora mira la taza blanca. Desde que desayuna con té-con-leche, siente el placer fácil de contemplar la taza blanca, rodeada de platillos con manteca, queso, dulce, pan tostado. Es un momento de intimidad, de soledad provechosa y desnuda. Se trata de algo simplemente creador, esto de acomodar la manteca en la rebanada, esto de dejar penetrar lentamente en el líquido los terrones de azúcar que sostiene la cucharilla. Ahora, con la taza a la altura de la boca y a través de su aureola humeante, puede verse la ventana de cielo, puede verse la ventana de nubes. Uno tiene en las manos el color de su día: rutina o estallido. Mas, para empezar, uno tiene en las manos el olor y el sonido de anteayer, cuando el hombre alto, calvo y afeitado preguntó: «¿Por qué no vino ayer?» Nada había para responder. Porque Gálvez se dirigía a Jorge Ayolas y --claro-- había olvidado que cuando entró en la sala ellos comentaban el último partido. Jorge entonces hizo eso. Se levantó y pasó frente a Gálvez sin decirle nada y salió hacia el despacho. Allí estaban los dos correveidiles: uno contador y otro periodista. Teclas importantes del teclado de Gálvez. Sabían conseguir. El contador conseguía mujeres. El periodista conseguía noticias. Solían desmedrarse con un odio recíproco y Gálvez extraía de la callada competencia un beneficio al margen: que a veces el contador consiguiera noticias, que a veces el periodista consiguiera mujeres. Cuando Gálvez regresó al despacho, los saludó --contra su costumbre- por encima del hombro. Ambos sintieron, cada uno a su modo, tímida nostalgia por la amistosa palmadita de siempre, por el alegre «¿Cómo va eso?», por el interesado «¿Qué novedades?» con que el jefe indicaba que podían comenzar. Se abstuvieron. Algo lamentable, porque el contador sabía de una rubia de órdago, probablemente de no imposible acceso, y para mayores garantías, casada. Algo lamentable, porque el periodista traía la buena nueva de que el Ministro aceptaba la modificación del artículo tercero, exigiendo solamente la participación de un inesperadamente módico treinta-por-ciento de los beneficios que el cambio proporcionaría a Gálvez. El periodista pensaba que el Ministro hacía mal en pedir ahora un porcentaje tan por debajo del tácito arancel, pero la verdad era que el Ministro «no quería comprometerse demasiado».

Ahora que Jorge va en ómnibus, por la Avenida, el espectáculo lo distrae de nuevo, mejor dicho, lo trae de su distracción. En la plataforma, la gente arracimada grita, bromea, maldice. Más adentro, Jorge hunde irremediablemente su nariz en la plétora de unos senos horizontales. Delante suyo. Jorge ve una cruz. Es la cruz que teóricamente debería colgar del pescuezo de la señora y que prácticamente se apoya en la meseta de carne hundible, de carne de sudor y agua colonia. Cuando en la Plaza Independencia bajen veinticinco o treinta pasajeros, acaso quede entonces espacio suficiente como para mover un poco la cabeza, a tiempo todavía para ver al guarda eructando provechosamente sobre la calvicie total de un viejo breve y deslomado. Mientras tanto (todavía está en Dieciocho y Paraguay) uno puede probar a apartarse de la obsesión de esta cruz que no es la de Cristo. La de Cristo estaba erguida y acusaba al cielo. La de la señora está echada y apunta al húmedo gaznate. Uno puede probar a apartar la atención de la cruz obsesionante, uno puede probar a rehallar el sonido y el olor de anteayer bajo las capas actuales del freno chirriante, del olor a sudoraguacolonia. Uno puede probar y ver a Gálvez revisando las cuentas, aparentemente revisando las cuentas y realmente pensando en que Jorge Ayolas está a sus espaldas, en que Jorge Ayolas sabe que él pasó dos noches con Celeste, que el periodista le consiguió a Celeste, que él pasó dos noches con Celeste, que el periodista le mintió a Celeste, dos noches con Celeste... Probar y ver a Gálvez levantándose y abriendo un cajoncito lateral que siempre está con doble llave y dejarlo esta vez un poco abierto y ver asomar por la rendija una culata de revólver y una novela de Pitigrilli. Probar y ver a Gálvez extrayendo del cajón un frasco con pastillas y luego cerrarlo sin pasar la llave. (Dos noches con Celeste.) Gálvez era amable, tibio, campechano (frío, egoísta, indiferente). Sabía serio (no lo sabía). Pero esta vez estaba tieso; sincera, inevitablemente tieso. Jorge podía mirarle la nuca, la nuca desnuda y sin coraje (... sin pasar la llave ... ), no sabía qué miedo trémulo sobre los hombros, qué antigua incertidumbre en las manos junto a aquel expediente que nadie lee. (Dos noches con Celeste.)

Ahora Jorge camina por Sarandí. «Soy otro», dice. Y lo es. El hombre que le precede, el hombre de gacho verde y traje gris, el hombre y él tienen algo para oír en común. Un chico que habla detrás de ellos. La voz del chico parece la de un grande que imita a un chico. Naturalmente, inhábil. Naturalmente, tonto. «Soy otro», dice. Y lo es (... sin pasar la llave ... ), La muchacha de adelante tiene piernas bonitas, bien torneadas, algo de timidez en las caderas. Tiene su propia dignidad. Uno puede pensar a capricho, puede formularse alguna invitación, puede hacer lo corriente. Pero esta mujer joven tiene su propia dignidad. Uno debe limitarse a mirar el pelo casi suelto rozándole la espalda, es decir, rozándole el saquito celeste, el saquito de lana celeste. Celeste. Celeste tiene mejores piernas, Celeste no tiene caderas tímidas. Uno no sabe si Celeste tiene su propia dignidad. La simpatía es, naturalmente, otra cosa. Uno se siente a gusto en la simpatía. Pero, naturalmente, es otra cosa. (Dos noches con Celeste.) Uno tiene que decidir. La dignidad pesa. La simpatía también pesa. Uno tiene que saber lo que hace «... y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla». Eso decía el libro de Morgan. De todas maneras, Celeste era algo. A veces, por la tarde, Jorge salía con ella, y hablaban. Alguna vez, la llevaba a la confitería y hablaban. Él no podía confiarse ni confiar. Tenía fe sin embargo en lo que ella no decía, en lo que ella ocultaba pensando que debía tener vergüenza y mientras pronunciaba correctas tonterías, impúdicamente correctas tonterías. Jorge tenía fe en su sinceridad -la de Celeste-, había apostado a favor de esa sinceridad débil y embrionario, contra la hipocresía robusta y evidente. Claro que si ella era hipócrita, la hipocresía era su sinceridad. No obstante, él creía creer que la sinceridad era su sinceridad.

El reloj de la Matriz da las nueve. Jorge dice: «Soy otro.» Y lo es. Hay algo manso y a la vez definido en su ser de ahora. (Dos noches con Celeste.) Había esperado moldearla de nuevo, mejor aún, poner su contenido en otro molde. Los elementos eran buenos, eran queridos, podían ser amados. Sólo faltaba hallar otra combinación. Una combinación que no fatigara al pudor. Al pudor de Jorge, dato. Tal vez por eso no la había besado nunca. Antes debía educarla para el beso. Para que no se engaña inconscientemente. Para que no besara sólo con los labios. Había esperado en sí mismo la emoción del esfuerzo, el conflicto entre educador y autoeducador. Cuántas veces había deseado oprimir la cintura imprudente. Cuántas veces lo había deseado sin deseo. Pero ella no tenía un talle tímido. Había esperado hacerla menos deseable, para desearla. Había querido aligerarla de un lastre inútil, de un inútil sobrante de sexualidad. En rigor, había querido dejarle su sexo a solas, un sexo puro sobre el que levantar el sentimiento. Había esperado amarla en lo que creía creer que era, y nada más. Que ella no inventara, que ella no agregara algo -pensando que era sexo- a su sexo a secas. La quería sin suburbios, sin sexo de pensamiento, sin sexo de imaginación, con su sexo a secas.

Ahora la oficina está un poco agitada. Todos creen saber algo. Aunque hablan del próximo paro del transporte, todos creen saber algo. Lo del paro es el recurso a que se echa mano cuando viene Gálvez, cuando se acerca Ayolas. Lo del paro es un tema de urgencia para cuando no se habla de Gálvez o de Ayolas. Los expedientes llegan, pero no se trabaja con los expedientes. Hay temas, hay asunto, hay comidilla. El clan moviliza sus veedores, el clan formula sus teorías, el clan divídese en varios clanes. «Gálvez sabe lo que hace. » «Ayolas cayó en desgracia.» «Es un inadaptado.» «Gálvez tiene la sartén por el mango.» «Al otro no lo cazan así nomás.» «¿Será a causa de Celeste?» Ellos están suaves con Ayolas. No quieren comprometerse. No le discuten. Él dice «Soy otro». Y lo es. (Dos noches con Celeste.) Frente al escritorio verde, frente al escritorio verde percibe, se siente cercado por el sonido y el olor de anteayer, cuando Gálvez quiso hablarle sereno, en el despacho, quiso serenamente entrar en su papel de cínico de afición, y por eso mismo tanto más admirable. Y le dijo: «¿Qué tal va eso, Ayolas? ¿Cómo van esas conquistas? A su edad -¡qué carajo!-, a su edad yo solía ... » Pero no solía porque "vez no tuvo jamás la edad de Jorge, porque no tuvo nunca el pudor de la edad de Jorge Ayolas. «A su edad, yo solía atraer a las mujercitas -las buenas inclusive- como la miel sus moscas. A su edad... (... el cajón cerrado, sin pasar la llave ... ). Ahora me he tranquilizado. Soy un hombre de hogar.» (Dos noches con Celeste.) El periodista y el contador habían sonreído, habían hallado a Jorge realmente cómico en su papel de callado dueño de Celeste, habían recogido íntegramente la abultada ironía del jefe.

Jorge Ayolas está nuevamente en el despacho. Solo. «Soy otro», dice. Y lo es. Uno puede pensar fríamente. Uno puede pensar fríamente en todo esto. Hay dos hechos. El hecho Gálvez y el hecho Celeste. Aunque le afecte, el hecho Celeste puede quedar así. Ella seguirá trabajando en la Oficina. Acaso Gálvez la traslade a su despacho y a él lo mande al Archivo. Ella resultó sincera en su hipocresía. Uno sólo puede culparse a sí mismo. Basta. El hecho Gálvez no le afecta. Lo ve con serenidad. Sin duda, es un brote epidémico. No le odia, sin embargo. ¿Por qué va a odiarle? ¿Porque pasó dos noches con Celeste? No, por cierto. ¿Porque anteayer se burló de él frente a los adulones? No, por cierto. El burlado fue Gálvez. Ayer Jorge no vino, para pensarlo mejor. Ayer lo pensó bien. Hoy lo sabe. «¿No ha escrito usted nunca una carta sin la intención de mandarla, y la ha puesto en un sobre sin la intención de mandarla, y ha salido con ella... todavía sin el propósito de enviarla, y entonces ... » Ahora es la voz de Gálvez, del hombre alto, calvo y afeitado, con un enorme vientre desafiante y las piernas firmes, un poco separadas. (Dos noches con Celeste.) Escasamente a un metro de su mano, a medio metro quizá, está el cajón sin llave. Está el cajón sin llave. Está el revólver. Uno piensa en lo que uno pensó, en lo que uno pensaba. Que la religión puede ser útil y perjudicial, según el temperamento de cada uno. Que la religión es útil cuando no puede hallarse la conciencia, cuando es un sucedáneo de la conciencia. Esto... abrir el cajón... esto Esto ESTO ¿es la conciencia? ("vez.) ¿Hay Dios? (Cayó.) ¿Es la conciencia? (Cayó de espaldas.) ¿Hay Dios? ( ... «y entonces ha oído cómo caía en el buzón»)... ¿Es la conciencia? (Sangra. Naturalmente, sangra.) ¿Dios? (Las piernas no están ya firmes ni separadas.) ¿La conciencia? (Bueno.) ¿Dios? (Bueno, está hecho.) ¿La conciencia? (El pudor. Sí. El pudor.)

Entran. Ya entran. Son todos ellos. Menéndez, el primero. Tiene una teoría sobre... Ella está también. Son veinte. Treinta. Ella está también... Ella. Celeste. Mueve los labios. Pero él lo sabe. Ella dijo: «Asesino.» Ella pensó: «Asesino.» Mejor. Algo menos para que uno rumie. Algo menos para que uno extrañe. Algo menos, sin duda... Mejor. Así nadie se da cuenta que uno está llorando, que uno no se da cuenta que uno está llorando.

«Soy otro», dice. Pero no lo es.
Mario Benedetti.....

El Clitoris: Ese amigo desconocido


Para qué sirve el clítoris? ¿A qué se parece? ¿Cómo funciona? Este documental descubre todo lo que siempre quiso saber sobre este infravalorado órgano, símbolo del placer femenino. Lejos de tabúes y convencionalismos sociales, médicos, sexólogos y expertos en el tema analizan las claves de la sexualidad femenina.....

martes, 5 de mayo de 2009

domingo, 3 de mayo de 2009

Juan Goytisolo - fragmento de El lucernario

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" Con anterioridad a su fulgurante carrera política, Azaña había denunciado una y otra vez la identificación de la causa española con la causa católica; la instrumentalización de la historia al servicio del mito; la supuesta necesidad de cerrar filas, predicada por la ortodoxia españolista, contra las conjuras del enemigo; el culto a la verdad establecida e incólume. Los pilares del sentimiento nacional, advertía, se asentaban en bases muy frágiles: la ignorancia de los hechos y un afán exterminador apenas suavizado por la evolución de los conocimientos y las costumbres. La experiencia de mi adoctrinamiento por los jesuitas y Hermanos de la Doctrina Cristiana en nuestra inmediata posguerra no difería mucho, como dije, de la descrita en El jardín de los frailes . El enemigo -mundo, demonio y carne- nos odiaba por ser españoles e hijos por tanto de la Iglesia católica, apostólica y romana: frente a él no cabían neutralidad ni tolerancia. Menéndez Pelayo, el exponente mejor y más culto de la enseñanza prodigada aquellos años, ¿no habría formulado ya una sentencia -aplicada después con esmero- cuando el lenguaje cedió paso al estruendo de las armas: “La llamada tolerancia es virtud fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la salvación o perdición de las almas, fácilmente puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de carácter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento”. Eunuquismo de entendimiento: Azaña fue acusado de ello, y de otras supuestas taras, por los defensores de la santa intolerancia, del fanfarrón y demagogo Girón de Velasco al falsario Joaquín Arrarás. Un recorrido por la prensa franquista nos procuraría verdaderas perlas de cultivo en boca de otros matones y de eclesiásticos de “inspiraciones santas”. La intolerancia de la Inquisición y la monarquía absoluta, rebalsada en los períodos de convivencia entre las guerras carlistas, el canovismo y las primeras décadas del reinado de Alfonso XIII, se volcó de golpe por las compuertas de la presa, abiertas por el alzamiento militar. En un país de intolerantes, apenas zafado del peso de las excomuniones y condenas de León XIII y sus pares, la matanza de curas e incendio de iglesias por unos y el fusilamiento sistemático de masones, comunistas y ateos por otros, mostraban la superficialidad de los cambios introducidos por la República y el odio que concitaban entre los apóstoles y sayones de la Cruzada. La sociedad española no cambió, primero en términos económicos y luego cívicos, sino en la década de los sesenta. Dicho cambio, silencioso y eficaz, se produjo sin violencia: cuando el Caudillo murió, el país tenía muy poco que ver con el que gobernó con mano de hierro durante casi cuarenta años. El gran crimen de Azaña fue así el de proponer unas formas de convivencia a una sociedad todavía inmadura para ellas y en un contexto internacional claramente desfavorable. "

Vicente Aleixandre - Unidad en ella

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" Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo. "

¿Por que Pepa Flores mato a Marisol?


Josefa Flores González, nacida en Málaga el 4 de febrero de 1948, más conocida como Marisol o Pepa Flores, causó un gran furor en aquellos años 60. Este documental narra su trayectoria desde que empezó hasta que derroto a su otro "Yo". Una biografía muy interesante explicativa del mito todavía vivo del que casi todos recuerdan.
Ver Documental ¿Por que Pepa Flores mato a Marisol?

viernes, 1 de mayo de 2009

McCullers Carson - La Balada Del Cafe Triste

Fragmento:
" Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor. (...) La bebida de la señorita Amelia tiene una cualidad especial. Se nota limpia y fuerte en la lengua, pero una vez dentro de uno irradia un calor agradable durante mucho tiempo. Y eso no es todo. Como es sabido, si se escribe un mensaje con jugo de limón en una hoja de papel, no quedan señas de él. Pero si se pone el papel un momento delante del fuego, las letras se vuelven marrones y se puede leer lo que contiene. Imaginen que el whisky es el fuego y que el mensaje es lo más recóndito del alma de un hombre: sólo así se comprende lo que vale la bebida de la señorita Amelia. Cosas que han pasado inadvertidas, pensamientos ocultos en la profunda oscuridad de la mente, de pronto son reconocidos y comprendidos. Un obrero textil que no piensa más que en telar, en la fresquera, en la cama y vuelta al telar; este obrero bebe unas copas el domingo y se tropieza con un lirio de la ciénaga. Y toma esta flor y la pone en la palma de su mano, examina el delicado cáliz de oro y de pronto le invade una dulzura tan intensa como un dolor. Y ese obrero levanta de pronto la mirada y ve por primera vez el frío y misterioso resplandor del cielo de una noche de enero, y un profundo terror ante su propia pequeñez le oprime el corazón. Cosas como éstas son las que ocurren cuando uno ha tomado la bebida de la señorita Amelia. Uno podrá sufrir o podrá consumirse de alegría, pero la experiencia le habrá mostrado la verdad; habrá calentado su alma y habrá visto el mensaje que se ocultaba en ella. (...) La verdadera historia de amor es la que tiene lugar en el corazón de los amantes, y ésta nadie sino ellos pueden llegar a conocerla. El amor en todo caso es una experiencia en la que siempre conviven lo cómico y lo sublime. "

Paul Auster fragmento de La habitación cerrada

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Vagabundeé mentalmente durante varias semanas, buscando la manera de empezar. Toda vida es inexplicable me repetía. Por muchos hechos que cuenten; por muchos datos que se muestren, lo esencial se resiste a ser contado. Decir que fulanito nació aquí y fue allá; que hizo esto y aquello, que se casó con esta mujer y tuvo estos hijos, que vivió, que murió, que dejo tras sí estos libros o esta batalla o ese puente, nada de eso nos dice mucho. Todos queremos que nos cuenten historias, y las escuchamos del mismo modo que las escuchábamos de niños. Nos imaginamos la verdadera historia dentro de las palabras y para hacer esto sustituimos a la persona del relato, fingiendo que podemos entenderle porque nos entendemos a nosotros mismos. Esto es una superchería. Existimos para nosotros mismos, quizá, y a veces incluso vislumbramos quiénes somos, pero al final nunca podemos estar seguros, y mientras nuestras vidas continúan; nos volvemos cada vez más opacos; más y más conscientes de nuestra propia incoherencia. Nadie puede cruzar la frontera que lo separa del otro por la sencilla razón de que nadie puede tener acceso a si mismo.

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Jaime Gil de Biedma - No volveré a ser joven, de Poemas póstumos

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" Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
"

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Pintura erótica – dirección Alejandra

César Millán - EL ENCANTADOR DE PERROS

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Maravillosa pintura china

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Esta pintura es muy famosa en China. La gente se amontona durante horas en el Museo de Shangai para verla. Fue repintada durante la Dinastía Qing. Mide5,28 metros de largo y 0.248 metros de ancho.
Esta considerada uno de los mas importantes tesoros de China. El año pasdo se exhibio en el Museo de Arte de Hong Kong. Esta única y espectacular pintura Clasica China de la Dinastia Song, de 1000 años de antiguedad, se muestra aqui con excelentes efectos de tecnologia moderna. Según progresas bajando el rio encontraras toda clase de excursiones (videos) que puedes activar. Haz clic en cada uno de los recuadros que encuentres y la pintura cobrará vida. No olvides hacer click dentro de los cuadro blancos y los rectangulos debajo de la pintura de donde podras obtener mas información.

El sexo de los ángeles


Una de las más lamentables carencia de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato nunca confirmado de que los ángeles no hacen el amor, quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada, pero más verosímil sugiere que, si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón que carecen de erotismo lo celebran, en cambio, con palabras, vale decir, con las orejas. Así, cada vez que Angel y Angela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y sentarse mediante el intercambio de miradas, que, por supuesto, son angelicales. Y si Angel para abrir el fuego dice "Semilla", Angela para atizarlo responde "Surco". El dice "Alud" y ella tiernamente "Abismo". Las palabras se cruzan vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos, Angel dice "Madero" y Angela "Caverna". Aletean por ahí un ángel de la guarda misógino y silente y un ángel de la muerte viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe. Sigue silabeando su amor. El dice "Manantial" y ella " Cuenca". Las sílabas se impregnan de rocío y aquí y allá, entre cristales de nieve, circula en el aire, sus expectativas. Angel dice "Estoqueo" y Angela radiante, "Herida", el dice "Tañido" y ella dice "Relato". Y en el preciso instante del orgasmo intraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos se estremecen, entremolan, estallan y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.
Mario Benedetti ....

Jesus al descubierto 2009


Hijo de María y José, fundador de una de las religiones más influyentes del mundo y conocido por millones de personas como el hijo de Dios, Jesucristo es el personaje más famoso de la Historia. Pero más de 2.000 años después de su muerte, aún quedan muchas preguntas sin respuesta. ¿Dónde y cuándo nació Jesús? ¿Tuvo una vida amorosa? ¿Organizó su propia ejecución?.... Científicos y arqueólogos han investigado en profundidad para sacar a la luz nuevos detalles de la fabulosa vida de Jesús que ayudan a configurar un nuevo retrato del hombre que cambió el mundo occidental, un tanto distinto del que hemos conocido hasta ahora....